Reflexiones sobre La Orestiada, Melanie Klein


ALGUNAS REFLEXIONES SOBRE
«LA ORESTIADA»
(1963)

El siguiente estudio está basado en la famosa traducción de La Orestíada, realizada por Gilbert Murray. El enfoque central que me propongo adoptar al examinar esta trilogía es el de la diversidad de roles simbólicos que encarnan los personajes.
Pero antes de entrar en materia, me parece útil hacer una breve reseña de las tres obras. En la primera de ellas, Agamenón, el héroe, regresa victorioso luego del saqueo de Troya y es recibido por Clitemnestra, su esposa, quien se deshace en falaces demostraciones de elogio y admiración, y logra persuadirlo de que entre al palacio caminando sobre un valioso tapiz de púrpura que ella ha mandado colocar. Existen en la trilogía algunas insinuaciones en el sentido de que se trata del mismo tapiz que Clitemnestra utiliza más tarde, a modo de red, para envolver a Agamenón en el baño, inmovilizarlo y darle muerte con su hacha de armas.

Inmediatamente después, ella comparece triunfante ante los Ancianos e intenta justificar su crimen alegando que con él ha vengado la muerte de Ifigenia, a la que Agamenón había mandado inmolar a los dioses a fin de contar con vientos favorables durante su travesía a Troya. Sin embargo, el dolor por la pérdida de su hija no es el único móvil que impulsa a Clitemnestra a asesinar a su marido: durante su ausencia, ella ha tomado por amante a Egisto, el peor enemigo de Agamenón, y, por consiguiente, se enfrenta al temor que le inspira la venganza de éste. Es evidente que la única alternativa que le queda es matar a su marido, pues de lo contrario serán ella y su amante quienes perezcan. Al margen de estas motivaciones, da la impresión de que Clitemnestra odia intensamente a su marido, lo cual se pone de manifiesto con toda claridad cuando, llena de jactancia, proclama ante los Ancianos que lo ha asesinado. Muy pronto, estos sentimientos de exaltación dan paso a la depresión; Clitemnestra disuade a Egisto cuando éste se dispone a hacer uso de la violencia para acallar la oposición de los Ancianos, y le hace la siguiente súplica: «Basta ya de muertes, no más ensangrentarnos».

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