Análisis Infantil, Melanie Klein

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SIMPOSIUM SOBRE ANÁLISIS INFANTIL1
(1927)

analisis infantil

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[Nota 1947] El siguiente artículo representa mi contribución a una discusión sobre
problemas del análisis de niños, en la que se prestó particular atención al libro de Anna
Freud Introducción a la técnica del análisis de niños, publicado en Viena en 1926. En una
versión ampliada, publicada en Londres en 1946 bajo el titulo: El tratamiento psicoanalítico
de los niños (Imago Publishing Co.), las consideraciones de Anna Freud se han acercado
más a las mías en lo que respecta a algunos puntos. Estas modificaciones de sus opiniones
se discuten en una nota al final de este artículo, el cual, de cualquier modo sigue siendo una
exposición de mis propias ideas.][adinserter block=»6″] Comenzaré mis observaciones con una breve revisión del desarrollo del
análisis de niños en general. Sus comienzos datan de 1909, año en que Freud
publicó «Análisis de la fobia de un niño de cinco años». Esta publicación fue
de la más grande importancia teórica, al confirmar, como lo hizo en la persona
del niño de que se trataba, la verdad de lo que Freud había descubierto que
existía en los niños partiendo del análisis de adultos. El artículo tuvo sin
embargo otra significación más, cuya importancia no podía ser apreciada en
aquel entonces. Este análisis estaba destinado a ser la piedra angular del
subsiguiente análisis infantil. No sólo mostró la presencia y la evolución del
complejo de Edipo en los niños y las formas en que opera en ellos; también
mostró que estas tendencias inconscientes podían aflorar a la conciencia sin
peligro y con gran provecho. Freud mismo describe su descubrimiento de la
siguiente forma2: «Debo ahora preguntar en qué ha perjudicado a Juanito el
haberle hecho conscientes complejos no sólo reprimidos por los niños sino
también temidos por padres. ¿Emprendió acaso el niño alguna acción grave en
lo que respecta a sus pretensiones con su madre? ¿Tradujo acaso sus malas
intenciones contra el padre en actos malos? Sin duda se les ocurrieron tales
temores a muchos doctores que entienden mal la esencia del psicoanálisis y
opinan que al hacer conscientes los malos instintos éstos se fortifican3. Y
nuevamente, en la página 285: «Por el contrario, las únicas consecuencias del
análisis fueron que Juanito se recuperó, no tuvo ya miedo a los caballos y


1 Leído ante la Sociedad Psicoanalítica Británica, mayo 4 y 18, 1927.
2 O.C., 10.
3 La bastardilla es mía.


empezó a tomarse libertades con su padre, como lo comunicó éste, bastante
divertido. Pero lo que el padre pudo haber perdido en respeto lo ganó en
confianza: ‘Creí -decía Hans- que como supiste lo del caballo sabías todo’. Y
es que el análisis no anula los efectos de la represión. Los instintos antes
reprimidos siguen reprimidos; pero el mismo efecto es alcanzado por un
camino diferente. El análisis sustituye el proceso de la represión, que es
automático y excesivo, por el control mesurado e intencionado por parte de las
más elevadas facultades psíquicas. En una palabra, el análisis reemplaza la
represión por la condensación. Esto parece aportarnos la prueba tan
largamente buscada de que la conciencia tiene una función biológica, y que su
entrada en escena asegura una importante ventaja».

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H. Hug-Hellmuth, quien tuvo la honrosa distinción de ser la primera en
emprender el análisis sistemático de niños, comenzó su tarea con algunos
preconceptos en su mente, que mantuvo hasta el final. En su artículo titulado
«Técnica del análisis de niños», escrito después de cuatro años de trabajo en
este terreno y que nos da una clara idea de sus principios y de su técnica,
expresa muy claramente que desaprueba la idea de analizar niños muy
pequeños; que consideraba necesario contentarse con «éxitos parciales» sin
penetrar demasiado profundamente en el análisis de los niños por temor a
estimular con demasiada fuerza las tendencias e impulsos reprimidos, o por
temor a hacer exigencias a las que su capacidad de asimilación no podría
responder.
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A través de este artículo y de otros escritos suyos vernos que evitó
penetrar profundamente en el complejo de Edipo. Otra de las suposiciones que
sostuvo en su trabajo es la de que en el caso del niño no sólo se requiere del
analista que haga el tratamiento analítico sino también que ejerza una
influencia educativa definida.
Ya en 1921, cuando publiqué mi primer artículo «El desarrollo de un
niño», yo había llegado a conclusiones muy distintas. En mi análisis de un
niño de cinco años y tres meses encontré (como todos mis posteriores análisis
me lo confirmaron) que era perfectamente posible e incluso saludable,
explorar el complejo de Edipo basta sus profundidades, y que en esta tarea se
podían obtener resultados por lo menos iguales a los obtenidos en los análisis
de adultos. Además de esto descubrí que en un análisis de este tipo no sólo era
innecesario que el analista se empeñara en ejercer una influencia educativa
sino que ambas cosas eran incompatibles. Tomé estos principios como guía de
mi trabajo y los defendí en todos mis escritos; y así es como llegué a intentar
el análisis de niños muy pequeños, de tres a seis años de edad, y a encontrarlo
afortunado y pleno de perspectivas. Escojamos en primer lugar del libro de
Anna Freud los que parecen ser sus cuatro puntos principales. Nos
encontramos aquí nuevamente con la idea fundamental que mencionamos
anteriormente como la misma de H. Hug-Hellmuth: la convicción de que el
análisis de niños no debe ser llevado demasiado lejos. Por esto, y como es
claro también por las conclusiones más directas que se han sacado, se quiere
significar que no se deben tratar demasiado las relaciones del niño con sus
padres, o sea que no se debe explorar minuciosamente el complejo de Edipo.
Los ejemplos que da Anna Freud no muestran ningún análisis del complejo de
Edipo.
La segunda idea conductora es, también aquí, que se debe combinar el
análisis del niño con influencias educativas.
Es notable, y debería dar que pensar, que aunque se intentó el análisis
de niños hace dieciocho años y se lo practicó desde entonces, tengamos que
enfrentarnos con el hecho de que sus principios fundamentales no han sido
todavía enunciados claramente. Si comparamos con esto el desarrollo en el
psicoanálisis de adultos, descubrimos que en un período de tiempo
aproximadamente igual no sólo fueron establecidos todos los principios para
el trabajo posterior, sino que también fueron probados y comparados, y que se
desarrolló una técnica cuyos detalles tenían que perfeccionarse pero cuyos
principios fundamentales han permanecido incólumes.
¿Cómo se explica el hecho de que precisamente el análisis de niños
haya sido mucho menos afortunado en su desarrollo? El argumento que a
menudo se oye en los círculos analíticos de que los niños no son sujetos
adecuados para el análisis no parece ser válido. H. Hug-Hellmuth era
realmente muy escéptica sobre los resultados que se podían obtener con niños.
Expresó que ella «debía contentarse con éxitos parciales y contar con
recaídas». Es más, restringió el tratamiento a un limitado número de casos.
También Anna Freud establece límites bien definidos a la aplicación del
tratamiento; pero por otro lado, en lo que respecta a las posibilidades del
análisis de niños adopta una posición más optimista que la de H. Hug-
Hellmuth. Al final de su libro dice: «A pesar de las dificultades que he
enumerado, en el análisis de niños producimos realmente cambios, progresos
y curas que no nos atreveríamos a soñar en el análisis de adultos» (pág. 86).
Con el objeto de contestar a la pregunta que he planteado, quiero
establecer ahora algunos enunciados que me ocuparé de demostrar a
continuación. Creo que el análisis de niños, comparado con el de adultos, se
ha desarrollado en el pasado de manera mucho menos favorable porque no fue
encarado con un espíritu de investigación libre y desprejuiciado, como lo fue
el de adultos, y en cambio estuvo trabado y entorpecido por varios
preconceptos. Si reflexionamos sobre el primer análisis de un niño,
fundamento de todos los demás (el análisis de Juanito), descubrimos que no
sufrió por esta limitación. Por cierto que no había aún una técnica especial: el
padre del niño, que bajo la dirección de Freud llevó a cabo este análisis
parcial, no era versado en la práctica del análisis. Sin embargo tuvo el valor de
avanzar bastante en el análisis y obtuvo buenos resultados. En el resumen
mencionado anteriormente en este artículo, Freud dice que a él mismo le
hubiera deseado ir más allá. Lo que dice muestra, además que no veía peligro
alguno en el análisis minucioso del complejo de Edipo; de modo que
evidentemente no pensaba que por principio no hay que analizar en los niños
este complejo. Pero H. Hug-Hellmuth, quien por tantos años trabajó sola en
este campo, emprendió su tarea desde el comienzo con principios que
obligatoriamente habrían de limitarla, y por consiguiente hacerla menos
fructífera, no sólo en lo que respecta a sus resultados en la práctica, el número
de casos en los que había que utilizar el análisis, etc., sino también en lo que
respecta a los descubrimientos teóricos. Durante todos estos años, el análisis
de niños, del que con toda razón hubiera podido esperarse una contribución
directa al desarrollo de la teoría psicoanalítica, no ha hecho nada que merezca
ser expuesto. Como H. Hug-Hellmuth, Anna Freud piensa que al analizar
niños no sólo no podemos descubrir más sobre el primer período de la vida
que cundo analizamos adultos, sino que incluso descubrimos menos.
Nos encontramos ahora con otro pretexto que ha sido esgrimido como
razón del lento progreso en el campo del análisis de niños. Se dice que la
conducta del niño en el análisis es evidentemente distinta a la del adulto, y que
por consiguiente es necesario emplear una técnica diferente. Creo que este
argumento es incorrecto. Si me está permitido adaptar el dicho «Es el espíritu
el que construye el cuerpo», quisiera sostener que la actitud, la convicción
interna, encuentra la técnica necesaria. Repito lo que ya he dicho: si
emprendemos el análisis de niños con la mente abierta, podemos descubrir
caminos y medios para explorar las profundidades más recónditas. Y por los
resultados de estos procedimientos podremos darnos cuenta de cuál es la
verdadera naturaleza del niño, y veremos que no es necesario imponer
restricción alguna al análisis, tanto en lo que respecta a la profundidad de su
penetración como en lo que respecta al método con el que trabajemos.
Con lo que acabo de decir trato ya el punto principal de mi crítica al
libro de Anna Freud.
Creo que ciertos conceptos empleados por Anna Freud pueden
explicarse desde dos puntos de vista: 1) supone que no se puede establecer la
situación analítica con los niños; y 2) encuentra inadecuado o discutible el
análisis puro del niño, sin intervención pedagógica.
La primera tesis es una consecuencia directa de lo enunciado en la
segunda.
Si comparamos esto con la técnica del análisis de adultos, vemos que
establecemos incondicionalmente que una verdadera situación analítica sólo
puede darse con medios analíticos. Veríamos como grave error el asegurarnos
una transferencia positiva por parte del paciente, con el empleo de las medidas
que Anna Freud describe en el primer capítulo de su libro, o utilizar su
ansiedad para hacerlo sometido, o intimidarlo o persuadirlo por medios
autoritarios. Pensaríamos que aun cuando esta introducción nos garantizara un
acceso parcial al inconsciente del paciente, nunca podríamos establecer una
verdadera situación analítica ni llevar a cabo un análisis completo que
penetrara en lo más profundo de su mente. Sabemos que constantemente
debernos analizar el hecho de que los pacientes quieren ver en nosotros una
autoridad -ya sea odiada o amada- y que sólo por el análisis de esta actitud
ganamos acceso a estos estratos más profundos.
Todos los medios que juzgaríamos incorrectos en el análisis de adultos
son especialmente señalados por Anna Freud como valiosos en el análisis de
niños; su objetivo es la introducción al tratamiento que estima necesaria y que
llama la «entrada» en el análisis. Parecería obvio que después de esta «entrada»
jamás logrará establecer una verdadera situación analítica. Ahora bien, me
parece sorprendente e ilógico que Anna Freud, que no usa las medidas
necesarias para establecer la situación analítica sino que las sustituye por otras
que la contradicen, se refiere, sin embargo, a su suposición, tratando de
demostrarla teóricamente, de que no a posible establecer una situación
analítica con los niños, ni, por consiguiente, llevar a cabo un análisis puro en
el sentido del análisis de adultos.
Anna Freud da una serie de razones para justificar los elaborados y
penosos recursos que considera necesario emplear con los niños para
establecer una situación que posibilite d trabajo analítico. Estas razones no me
parecen firmes. Anna Freud se desvía en tantos aspectos de las reglas
analíticas comprobadas porque piensa que los niños son seres muy distintos de
los adultos. Sin embargo, el único propósito de estos elaborados recursos es
que la actitud del niño hacia el análisis sea como la del adulto. Esto parece ser
contradictorio y creo que debe ser explicado por el hecho de que en sus
comparaciones Anna Freud coloca el consciente y el yo del niño y del adulto
en primer plano, cuando indudablemente nosotros debernos trabajar en primer
lugar y sobre todo con el inconsciente (aunque acordamos todas las
consideraciones necesarias al yo). Pero en el inconsciente (y aquí baso mi
afirmación en un trabajo analítico profundo tanto con niños como con
adultos), los niños no son de ninguna manera fundamentalmente distintos de
los adultos. o único que sucede es que en los niños el yo no se ha desarrollado
aún plenamente y por lo tanto los niños están mucho más gobernados por el
inconsciente. A él debemos aproximarnos, y a él debemos considerar el punto
central de nuestro trabajo y si queremos aprender a conocer a los niños como
realmente son, y a analizarlos.
No adjudico particular valor a la meta que Anna Freud persigue tan
ardientemente: inducir en el niño una actitud hacia el análisis análoga a la del
adulto. Creo además que si Anna Freud efectivamente alcanza esta meta por
los recursos que describe (y esto sólo puede ocurrir con un número limitado de
casos), el resultado no es el que pretende con su trabajo, sino algo muy
distinto. El «conocimiento de la enfermedad o del portarse mal» que ha
logrado despertar en el niño emana de la angustia que para sus propios fines
ha movilizado en él: la angustia de castración y el sentimiento de culpa. (No
entraré aquí en el problema de hasta qué punto también en los adultos el
razonable y consciente deseo de curarse es simplemente una fachada que
encubre esta angustia). Con los niños no podemos esperar encontrar ninguna
base definitiva para nuestro trabajo analítico en un propósito consciente que
como sabemos, ni siquiera en los adultos se mantendría por mucho tiempo
como único soporte del análisis.
Es cierto que Anna Freud también cree que este propósito es necesario
desde el comienzo como preparación para el trabajo, pero además cree que
una vez que ese propósito existe puede contar con él que progresa el análisis.
Esta idea me parece errónea y siempre que apela a este insight lo que
realmente hace es apelar a la angustia y al sentimiento de culpa del niño. En si
mismo esto no tendría nada censurable ya que los sentimientos de angustia y
culpa son indudablemente factores importantísimos para la posibilidad de
trabajo. Pero creo que debemos tener bien claro cuáles son los soportes en los
que nos apoyamos y cómo los usamos. El análisis no es en si mismo un
método suave: no puede ahorrarle al paciente ningún sufrimiento, y esto se
aplica también a los niños. De hecho, debe forzar la entrada del sufrimiento en
la conciencia e inducir la abreacción si ha de ahorrar al paciente un
sufrimiento posterior permanente y más fatal. Por lo tanto mi crítica no es que
Anna Freud active la angustia y el sentimiento de culpa sino por lo contrario
que no los resuelva suficientemente. Me parece una rudeza innecesaria para
con un niño el que haga consciente su angustia para que no enloquezca (como
lo describe por ejemplo en la página 9), sin atacar inmediatamente esta
angustia en sus raíces inconscientes aliviándola así en la medida de lo posible.
¿Pero si realmente debernos apelar en nuestro trabajo a los sentimientos
de angustia y de culpa, por qué no contar con ambos y trabajar con ellos
sistemáticamente desde el principio?
Yo misma lo hago siempre, y he descubierto que puedo depositar
confianza absoluta en una técnica que se basa en considerar y trabajar
analíticamente con cantidades de angustia y culpa que son tan grandes en
todos los niños y mucho más claras y fáciles de percibir que en los adultos.
Anna Freud manifiesta (pág. 56) que una actitud hostil o ansiosa niño
hacia mi no me justifica para concluir inmediatamente que en el trabajo se da
una transferencia negativa, porque «cuanto más tiernamente apegado a su
madre está un niño, tanto menos impulsos amistosos le quedarán para los
extraños». No creo que, como lo hace ella, podamos hacer una comparación
con niños muy pequeños que rechazan lo que les es extraño. No sabemos
mucho acerca de niños muy pequeños, pero es posible aprender mucho de un
análisis temprano de la mente de un niño de, digamos, tres años, y allí vemos
que sólo niños neuróticos muy ambivalentes manifiestan miedo u hostilidad
hacia los extraños. Mi experiencia ha confirmado mi creencia de que si
inmediatamente explico este rechazo como sentimiento de angustia y de
transferencia negativa, y lo interpreto como tal en conexión con el material
que el niño produce al mismo tiempo, y luego lo retrotraigo a su objeto
original, la madre, inmediatamente puede comprobar que la angustia
disminuye. Esto se manifiesta con el comienzo de una transferencia más
positiva, y con ella, de un juego más vigoroso. En niños más grandes la
situación es análoga aunque diferente en algunos detalles. Por supuesto mi
método presupone que desde el comienzo quiero atraer hacia mí tanto la
transferencia positiva como la negativa, y además de esto, investigarla hasta
su origen, en la situación edípica. Estas dos medidas concuerdan plenamente
con los principios psicoanalíticos, pero Anna Freud las rechaza por razones
que me parecen infundadas.
Creo por lo tanto que una diferencia radical entre nuestras actitudes
hacia la angustia y el sentimiento de culpa en los niños es la siguiente: que
Anna Freud utiliza estos sentimientos para que el niño se apegue a ella,
mientras que yo los registro al servicio del trabajo analítico desde el
comienzo. De cualquier modo no puede haber gran número de niños en los
que se pueda provocar angustia sin que ésta resulte un elemento que perturbe
penosamente e incluso imposibilite el progreso del trabajo, a menos que se
proceda de inmediato a resolverla analíticamente.
Además, por lo que puedo comprender en su libro, Anna Freud emplea
estos recursos solamente en casos especiales. En otros trata por todos los
medios de lograr una transferencia positiva, con el objeto de llenar la
condición, que ella considera necesaria para su trabajo, de apegar al niño a
ella. De nuevo, este método me parece erróneo, porque indudablemente
podemos trabajar con mayor seguridad y más eficacia con medios puramente
analíticos. No todos los niños reaccionan ante nosotros con miedo y
desagrado. Mi experiencia me apoya cuando digo que si un niño tiene hacia
nosotros una actitud amistosa y juguetona se justifica suponer que hay
transferencia positiva y utilizarla inmediatamente en nuestro trabajo. Y
tenemos otra excelente y bien probada arma que usamos de manera análoga a
como la empleamos en el análisis de adultos, aunque es cierto que allí no
tenemos una oportunidad rápida y simple de intervenir. Quiero decir que
interpretamos esta transferencia positiva, o sea que tanto en el análisis de
niños como en el de adultos la retrotraemos hasta el objeto de origen.
Probablemente notaremos por lo general a la vez la transferencia positiva y la
negativa, y se nos darán todas las oportunidades para el trabajo analítico si
desde el comienzo manejamos ambos analíticamente. Al resolver parte de la
transferencia negativa obtendremos, igual que en los adultos, un incremento
de la transferencia positiva, y de acuerdo con la ambivalencia de la niñez, ésta
será pronto seguida de una nueva emergencia de la negativa. Este es ahora un
verdadero trabajo analítico y se ha establecido una verdadera situación
analítica. Además, tenemos establecida ya la base para trabajar con el niño
mismo, y a menudo podemos ser en gran medida independientes del
conocimiento de su ambiente. En resumen, hemos cumplido con las
condiciones necesarias para el análisis y no prescindimos de las laboriosas,
difíciles y no confiables medidas descritas por Anna Freud, sino que (y esto
me parece aun más importante) podemos garantizar para nuestro trabajo todo
el valor y el éxito de un análisis equivalente en todo sentido al análisis de
adultos.
En este punto no obstante choco con una objeción expresada por Anna
Freud en el segundo capitulo de su libro, titulado «Los recursos empleados en
el análisis infantil».
Para trabajar en la forma que he descrito debemos obtener el material de
las asociaciones del niño. Anna Freud y yo, y probablemente todos los que
analizan niños, están de acuerdo con que los niños no pueden dar, y no dan,
asociaciones de la misma manera que el adulto, y por lo tanto no podemos
obtener suficiente material únicamente por medio de la palabra. Entre los
medios que Anna Freud sugiere como eficaces para suplir la falta de
asociaciones verbales se encuentran algunos que en mi experiencia yo también
he hallado valiosos. Si examinamos estas técnicas bastante más estrechamente
-digamos por ejemplo el dibujo, o el relato de fantasías, etc.-, vemos que su
objeto es obtener material de otra forma que el obtenido por la asociación
acorde con la regla y esto es sobre todo importante para que los niños liberen
su fantasía y para inducidos a fantasear.
En uno de los postulados de Anna Freud tenemos una clave, que
debemos considerar cuidadosamente, en cuanto a cómo debe realizarse esto.
Establece que «no hay nada más fácil que hacer comprender a niños la
interpretación de los sueños». Y de nuevo (pág. 31) «aun niños de poca
inteligencia que en todos los otros aspectos parecían lo más ineptos posible
para el análisis, lograron la interpretación de los sueños». Creo que estos niños
no hubieran sido de ninguna manera ineptos para el análisis si Anna Freud
hubiera utilizado, tanto de otras formas como de la interpretación de los
sueños, la comprensión del simbolismo que manifestaban tan claramente.
Porque en mi experiencia he encontrado que si se hace esto, ningún niño,
incluso el menos inteligente, es inepto para el análisis.
Porque éste es precisamente el punto de apoyo que debemos utilizar en
el análisis de niños. El niño nos traerá muchas fantasías si en esta senda lo
seguimos con la convicción de que lo que nos relata es simbólico. En el
capitulo III Anna Freud presenta una serie de argumentos teóricos en contra de
la técnica de juego que yo he ideado, por lo menos mientras se aplique a los
fines del análisis y no meramente a la observación. Cree dudoso que uno esté
justificado para interpretar como simbólico el contenido del drama
representado en el juego del niño, y piensa que muy probablemente éste sea
ocasionado simplemente por observaciones reales o experiencias de la vida
diaria. Aquí debo decir que por los ejemplos de Anna Freud de mi técnica
puedo ver que la entiende equivocadamente. «Si un niño tumba un pone de
farol o una figura, ella (Melanie Klein) probablemente interprete esta conducta
como debida a tendencias agresivas hacia el padre, mientras que si un niño
hace chocar dos carros lo interpreta como signo de la observación del coito
entre los padres». Jamás aventuraría yo una interpretación simbólica tan
«silvestre» del juego de niños. Por lo contrario he recalcado esto muy
especialmente en mi último artículo. Suponiendo que un niño exprese el
mismo material psíquico en numerosas repeticiones -a menudo por varios
medios, por ejemplo juguetes, agua, recortando, dibujando, etc.-, y suponiendo
que además yo pueda observar que estas particulares actividades están casi
todas acompañadas por un sentimiento de culpa expresado ya sea por angustia
o en representaciones que implican sobrecompensación, que son la expresión
de formaciones activas; suponiendo entonces que yo haya logrado insight en
ciertas conexiones: entonces interpreto estos fenómenos y los enlazo con el
inconsciente y con la situación analítica. Las condiciones prácticas y teóricas
para la interpretación son precisamente las mismas que en el análisis de
adultos.
Los pequeños juguetes que uso son sólo recursos que proveo: papel,
lápices, tijeras, cuerda, pelotas, ladrillos y sobre todo agua. Están a disposición
del niño para que los use si quiere, y su finalidad es simplemente ganar acceso
a su fantasía y liberarla. Hay algunos niños que durante mucho tiempo no
tocan un juguete o que durante semanas quizá sólo cortan las cosas. En el caso
de niños por completo inhibidos para jugar, es posible que los juguetes puedan
simplemente ser un instrumento para estudiar más de cerca las razones de esta
inhibición. Algunos niños, a menudo los muy pequeños, una vez que los
juguetes les han dado la oportunidad de dramatizar algunas fantasías o
experiencias que los dominan, dejan completamente de lado los juguetes y
pasan a cualquier clase de juego imaginable en el que ellos mismos, ciertos
objetos de la habitación y yo debernos tomar parte.
He entrado con cierta extensión en estos detalles de mi técnica porque
quiero dejar claro el principio que, según mi experiencia, hace posible manejar
las asociaciones del niño en su mayor cantidad, y penetrar en los estratos más
profundos del inconsciente.
Podemos establecer un contacto más rápido y seguro con el
inconsciente de los niños si, actuando con la convicción de que están mucha
más profundamente dominados que los adultos por el inconsciente y los
impulsos instintivos, acortamos la ruta que toma el análisis de adultos por el
camino del contacto con el yo y nos conectamos directamente con el
inconsciente del niño. Si esta preponderancia del inconsciente se da, es obvio
que también deberemos esperar que la forma de representación simbólica que
prevalece en el inconsciente fuera mucho más natural en los niños que en los
adultos; en realidad, que los niños estuvieran dominados por él. Sigámoslos
por este sendero, o sea, pongámonos en contacto con su inconsciente,
utilizando este lenguaje a través de nuestra interpretación. Si lo hacemos
habremos ganado acceso a los niños mismos. Por supuesto que esto no se
realiza tan fácil y rápidamente como parece; si así fuera el análisis de niños
pequeños duraría poco tiempo, y esto no es el caso de ninguna manera. En el
análisis de niños detectamos una y otra vez resistencias no menos marcadas
que en el de adultos; en los niños muy a menudo en la forma más natural para
ellos, a saber, la angustia.
Es éste, pues, el segundo factor que me parece esencial si queremos
penetrar en el inconsciente del niño. Si observamos los cambios en su manera
de representar lo que ocurre dentro suyo (ya sea si cambia de juego, o si lo
abandona, o si hay un ataque directo de angustia) y tratamos de ver qué hay en
el nexo del material que cause estos cambios, nos convenceremos de que
continuamente nos enfrentamos con el sentimiento de culpa, y que a su vez
debemos interpretarlo.
Estos dos factores, que según he descubierto, son los auxilios más
dignos de confianza en la técnica del análisis de niños, son mutuamente
dependientes y complementarios. Sólo interpretando y por tanto aliviando la
angustia del niño siempre que nos encontremos ella, ganaremos acceso a su
inconsciente y lograremos que fantasee. Entonces, si llevamos hasta el fin el
simbolismo que sus fantasías contienen, pronto veremos reaparecer la angustia
y podremos así garantizar el progreso del trabajo.
La exposición de mi técnica y la importancia que le atribuye al
simbolismo contenido en la conducta de los niños podrían interpretarse
erróneamente, como si esto implicara que en el análisis de niños se procede
sin la ayuda de la asociación libre en su verdadero sentido. En un pasaje
anterior de mi artículo señalé que Anna Freud y yo, y todos los que trabajamos
en el análisis de niños, estamos de acuerdo con que los niños no pueden
asociar, y no asocian, de la misma manera que los adultos. Quiero agregar
aquí que probablemente lo principal es que los niños no pueden asociar, no
porque les falte capacidad para poner sus pensamientos en palabras (hasta
cierto grado esto sólo se aplicaría a niños muy pequeños) sino porque la
angustia se resiste a las asociaciones verbales. No pertenece al propósito de
este artículo discutir con mayor detalle esta interesante cuestión especial: sólo
mencionaré brevemente algunos datos de la experiencia.
La representación por medio de juguetes -en realidad, la representación
simbólica en general, al estar hasta cierto punto alejada de la persona misma
del sujeto- está menos investida de angustia que la confesión por la palabra
hablada. Si entonces logramos aliviar la angustia y obtener en primer lugar
representaciones más indirectas, estaremos en condiciones de convencernos a
nosotros mismos de que podemos despertar para el análisis toda la expresión
verbal de que es capaz el niño. Y entonces descubrirnos repetidas veces que en
los momentos en que la ansiedad se hace más marcada las representaciones
indirectas ocupan una vez más el primer plano. Permítaseme ilustrarlo
brevemente. Cuando hube progresado bastante en el análisis de un niño de
cinco años, éste tuvo un sueño cuya interpretación fue muy profunda y
provechosa en sus resultados. Esta interpretación ocupó toda la sesión
analítica y todas las asociaciones fueron exclusivamente verbales. En los dos
días siguientes trajo nuevamente sueños que resultaron ser continuaciones del
primero. Pero las asociaciones verbales del segundo sueño sólo podían ser
producidas con mucha dificultad y una por vez. La resistencia era evidente y
la angustia marcadamente mayor que el ida anterior. Pero el niño se dirigió al
canasto de juguetes y por medio de muñecos y otros juguetes me representó
sus asociaciones, ayudándose nuevamente con palabras cada vez que vencía
una resistencia. Al tercer día la angustia era aun mayor, correspondiendo al
material que había aflorado en los días anteriores. Producía las asociaciones
casi exclusivamente por medio del juego con juguetes y agua.
Si somos lógicos en nuestra aplicación de los dos principios sobre los
que he puesto énfasis, a saber que debemos seguir el modo de representación
simbólica del niño y que debemos tener en cuenta la facilidad con que surge la
angustia en el niño, podremos también contar con que sus asociaciones son un
recurso muy importante en el análisis, pero, como ya lo he dicho, sólo en
algunos momentos y como un medio entre varios.
Creo por lo tanto que es incompleto lo que manifiesta Anna Freud
cuando dice: «De vez en cuando, también, vienen en nuestra ayuda
asociaciones no intencionales e involuntarias» (pág. 41). El que las
asociaciones aparezcan o no depende con bastante regularidad de ciertas
actitudes precisas del analizando, y de ninguna manera del azar. En mi opinión
podemos utilizar este recurso en mucha mayor medida de lo que
probablemente parece. Una y otra vez éste salva el abismo que lo separa de la
realidad, y ésta es una razón por la que este modo está más estrechamente
asociado con la angustia que el modo de representación irreal, indirecta. Por
esto yo no consideraría terminado ningún análisis de niños, ni siquiera el de
niños muy pequeños, a menos de lograr finalmente que se exprese con
palabras, hasta el grado de que es capaz el niño, y así de vincularlo con la
realidad.
Tenemos entonces una analogía perfecta con la técnica del análisis de
adultos. La única diferencia es que con los niños encontramos que el
inconsciente prevalece en mucho mayor grado y por lo tanto su modo de
representación predomina mucho más que en los adultos, y además que
debemos tener en cuenta la mayor tendencia del niño a angustiarse.
Pero indudablemente esto también es cierto en d análisis en los períodos
de latencia y en el prepuberal y hasta cierto punto en la pubertad. En cieno
número de análisis en los que los sujetos estaban en una u otra de estas fases
del desarrollo, yo estaba obligada a adoptar una forma modificada de la misma
técnica que empleo con los niños. Creo que lo que acabo de decir quita fuerza
a las dos objeciones principales que hace Anna Freud a mi técnica del juego.
Puso en duda 1) que estuviéramos justificados en suponer que el contenido
simbólico del juego del niño sea su móvil principal, y 2) que pudiéramos
considerar el juego del niño como equivalente de las asociaciones verbales del
adulto. Porque, sostiene, falta en estos juegos la idea de propósito que el
adulto trae a sus análisis y que «le permite, al asociar, excluir todas las
directivas e influencias conscientes en su cadena de pensamiento».
Quisiera además contestar a esta última objeción que estas intenciones
de los pacientes adultos (que en mi experiencia ni siquiera son tan efectivas en
ellos como Anna Freud supone) son absolutamente superfluas en los niños, y
con esto no quiero decir sólo niños muy pequeños.
Es evidente por lo que acabo de decir que los niños están tan dominados
por su inconsciente que para ellos es verdaderamente innecesario excluir
deliberadamente ideas conscientes4. Anna Freud misma también sopesó en su
mente esta posibilidad (pág. 49). Dediqué tanto espacio a la cuestión de la
técnica que debe emplearse con los niños porque esto me parece fundamental
en todo el problema del análisis infantil. Cuando Anna Freud rechaza la
técnica de juego, su argumento no sólo se refiere al análisis de niños pequeños
sino en mi opinión también al principio básico del análisis de niños mayores,
tal como yo lo entiendo. La técnica de juego nos provee una rica abundancia
de material y nos da acceso a los estratos más profundos de la mente. Si la
usamos incondicionalmente llegamos al análisis del complejo de Edipo, y una
vez allí, no podemos poner límites al análisis en ninguna dirección. Si
entonces realmente queremos evitar el análisis del complejo de Edipo, no
debemos utilizar la técnica de juego, aun en sus aplicaciones modificadas a
niños más grandes.
Se sigue de esto que la cuestión no es si el análisis de niños puede ir tan
profundo como el de adultos, sino si debe ir tan a lo profundo. Para contestar a
esta pregunta debernos examinar las razones que da Anna Freud, en el
capitulo IV de su libro, contra penetrar tan hondo.
Antes de hacerlo, sin embargo, quisiera discutir las conclusiones de
Anna Freud, expuestas en el capítulo III de su libro, acerca del papel que juega
la transferencia en el análisis de niños.
Anna Freud describe algunas diferencias esenciales entre la situación
transferencial en los adultos y en los niños. Llega a la conclusión de que en
éstos puede haber una transferencia satisfactoria, pero que no se produce una
neurosis de transferencia. En apoyo de esta declaración aduce el siguiente
argumento teórico: los niños, dice, no están capacitados como los adultos para
comenzar una nueva edición de sus relaciones de amor, porque sus objetos de
amor originales, los padres, todavía existen como objetos en la realidad.
Para responder a esta afirmación, que me parece incorrecta, deberla
entrar en una detallada discusión sobre la estructura del superyó en los niños.
Pero como esto está expuesto en un pasaje posterior, me contentaré aquí con
unos pocos enunciados que están apoyados por mi exposición siguiente. El
análisis de niños muy pequeños me ha mostrado que incluso un niño de tres
4 Debo ir aun un paso más allá. No creo que el problema sea inducir al niño durante la
sesión «a excluir toda dirección e influencia consciente en su cadena de pensamientos» sino
más bien que debemos tratar de inducirlo a reconocer todo lo que yace fuera de su
inconsciente, no sólo durante la sesión, sino mía vida en general. La relación especial de los
niños con la realidad descansa (como he mostrado con mayor detalle en mi último artículo
ya citado, «Principios psicológicos del análisis infantil») sobre el hecho de que intentan
excluir y repudiar todo lo que no está de acuerdo con sus impulsos inconscientes, y en esto
está incluida la realidad en su sentido más amplio.
años ha dejado atrás la parte más importante del desarrollo de su complejo de
Edipo. Por consiguiente está ya muy alejado, por la represión y los
sentimientos de culpa, de los objetos que originalmente deseaba. Sus
relaciones con ellos sufrieron distorsiones y transformaciones, por lo que los
objetos amorosos actuales son ahora imagos de los objetos originales.
De ahí que con respecto al analista los niños pueden muy bien entrar en
una nueva edición de sus relaciones amorosas en todos los puntos
fundamentales y por lo tanto decisivos. Pero aquí encontramos una segunda
objeción teórica. Anna Freud considera que al analizar niños el analista no es,
como cuando el paciente es un adulto, «impersonal, indefinido, una página en
blanco sobre la cual el paciente puede inscribir sus fantasías», que evita
imponer prohibiciones y permitir gratificaciones. Pero de acuerdo con mi
experiencia es exactamente así como debe comportarse un analista de niños,
una vez que ha establecido la situación analítica. Su actividad es sólo aparente,
porque aun cuando se vuelque completamente en todas las fantasías en el
juego del niño, conforme a los modos de representación peculiares de los
niños, está haciendo exactamente lo que el analista de adultos, quien, como
sabemos, también sigue de buen grado las fantasías de sus pacientes. Pero
fuera de esto, yo no permito a los pacientes infantiles ninguna gratificación
personal, ya sea en forma de regalos o caricias, o de encuentros personales
fuera del análisis, etcétera. En resumen, mantengo en todo las reglas
aprobadas en análisis de adultos. Lo que doy al niño es ayuda analítica y
alivio, que él siente relativamente rápido aun si antes no ha tenido ninguna
sensación de enfermedad. Además de esto, en respuesta a su confianza en mi,
puede contar absolutamente con perfecta sinceridad y honestidad hacia él de
mi parte.
Pero debo discutir las conclusiones de Anna Freud, tanto como sus
premisas. En mi experiencia, aparece en los niños una plena neurosis de
transferencia, de manera análoga a como surge en los adultos. Cuando analizo
niños observo que sus síntomas cambian, que se acentúan o disminuyen de
acuerdo con la situación analítica. Observo en ellos la abreacción de afectos
en estrecha conexión con el progreso del trabajo y en relación conmigo.
Observo que surge angustia y que las reacciones del niño se resuelven en el
terreno analítico. Padres que observan a sus hijos cuidadosamente con
frecuencia me han contado que se sorprendieron al ver reaparecer hábitos, etc.,
que habían desaparecido hacia mucho. No he encontrado que los niños
expresen sus reacciones cuando están en su casa de la misma manera que
cuando están conmigo: en su mayor parte reservan la descarga para la sesión
analítica. Por supuesto, ocurre que a veces, cuando están emergiendo
violentamente afectos muy poderosos, algo de la perturbación se hace
llamativo para los que rodean al niño, pero esto es sólo temporario y tampoco
puede ser evitado en el análisis de adultos.
En este punto por lo tanto mi experiencia está en completa
contradicción con las observaciones de Anna Freud. La razón de esta
diferencia en nuestros descubrimientos es fácil de ver: depende de la distinta
forma en que ella y yo manejamos la transferencia. Permítaseme resumir lo
que acabo de decir: Anna Freud piensa que una transferencia positiva es
condición necesaria para el trabajo analítico con niños. Considera indeseable
una transferencia negativa. «En el caso de niños, escribe, es particularmente
inconveniente que haya tendencias negativas dirigidas al analista, a pesar de
los muchos puntos que puedan iluminar. Debemos empeñarnos en destruirlas
o modificarlas lo antes posible; el verdadero trabajo provechoso se hará
siempre cuando la relación con el analista es positiva» (pág. 51).
Sabemos que uno de los principales factores en el trabajo analítico es el
manejo de la transferencia, estricta y objetivamente, de acuerdo con los
hechos, en la forma que nuestros conocimientos analíticos nos han enseñado
que es la correcta. Una resolución cabal de la transferencia es considerada
como uno de los signos de que un análisis ha concluido satisfactoriamente.
Sobre esta base el psicoanálisis ha establecido una serie de importantes reglas
que en todos los casos han demostrado ser necesarias. Anna Freud deja de
lado en su mayor parte estas reglas, en el análisis del niño. Con ella, la
transferencia, el claro reconocimiento de lo que sabernos que es una
importante condición para nuestro trabajo, se convierte en un concepto
incierto y dudoso. Dice que el analista «probablemente debe compartir con los
padres el amor o el odio del niño» (pág. 56). Y no comprendo qué es lo que se
intenta al «demoler o modificar» las inconvenientes tendencias negativas.
Aquí las premisas y las conclusiones se mueven en un círculo. Si no se
produce la situación analítica con medios analíticos, si no se maneja
lógicamente la transferencia positiva y la negativa, entonces ni causaremos
una neurosis de transferencia ni podremos esperar que las reacciones del niño
se efectúen en relación con el análisis y con el analista. Más adelante trataré
en este artículo este punto con mayor detalle, pero ahora sólo recapitularé
brevemente lo que ya he dicho al declarar que el método de Anna Freud de
atraer hacia si la transferencia positiva por todos los medios posibles y la de
disminuir la transferencia negativa cuando está dirigida hacia ella, no sólo me
parece técnicamente incorrecto, sino que me parece militar mucho más en
contra de los padres que mi método. Porque no es sino natural que la
transferencia negativa queda entonces dirigida contra aquellos con quienes el
niño está vinculado en la vida diaria.
En su cuarto capítulo Anna Freud llega a una serie de conclusiones que
me parecen poner de manifiesto este círculo vicioso, esta vez de manera
especialmente clara. He explicado en otro lugar que el término «circulo
vicioso» significa que a partir de ciertas premisas se extraen conclusiones que
son luego utilizadas para confirmar estas mismas premisas. Citaría como
ejemplo de una de las conclusiones que me parecen erróneas, la declaración de
Anna Freud de que en el análisis de niños es imposible vencer el obstáculo del
imperfecto dominio del lenguaje del niño. Es cierto que hace una reserva:
«Hasta donde alcanza mi experiencia hasta ahora, con la técnica que he
descrito». Pero la siguiente frase contiene una explicación de naturaleza
teórica general. Dice que lo que descubrimos acerca de la temprana infancia
cuando analizamos adultos «se revela por estos métodos de asociación libre e
interpretación de las reacciones transferenciales, o sea por aquellos medios
que fracasan en el análisis de niños». En varios pasajes de su libro Anna Freud
pone énfasis en la idea de que el análisis de niños, al adaptarse a la mente del
niño debe alterar sus métodos. Pero basa sus dudas acerca de la técnica que yo
he desarrollado en una serie de consideraciones teóricas, sin haberlas sometido
a prueba en la práctica. Pero he comprobado por la aplicación práctica que
esta técnica nos ayuda a obtener las asociaciones de los niños con mayor
abundancia aun que las que obtenemos en el análisis de adultos, y penetrar así
mucho más profundamente que en ellos.
Por lo que mi experiencia me ha enseñado entonces, sólo puedo
combatir enfáticamente la declaración de Anna Freud de que los dos métodos
utilizados en el análisis de adultos (o sea, la asociación libre y la interpretación
de las reacciones transferenciales), con el objeto de investigar la temprana
infancia del paciente, fracasan al analizar niños. Estoy incluso convencida de
que incumbe especialmente al análisis de niños, en particular el de niños
bastante pequeños, proporcionar valiosas contribuciones a nuestra teoría,
precisamente porque en los niños el análisis puede ir mucho mas profundo y
puede por lo tanto traer a luz detalles que no aparecen tan claramente en el
caso de los adultos.
Anna Freud compara la situación de un analista de niños con la de un
etnólogo «que por el contacto con un pueblo primitivo trata de adquirir
información acerca de los tiempos prehistóricos más fácilmente que si
estudiara las razas civilizadas» (pág. 66). Esto me parece nuevamente una
declaración teórica que contradice la experiencia práctica. Si el análisis de
niños pequeños, igual que el de niños más grandes, es llevado lo
suficientemente lejos, brinda un panorama muy claro de la enorme
complejidad del desarrollo que encontramos aun en niños muy pequeños y
muestra que niños de, digamos, tres años, precisamente por el hecho de ser
hasta tal punto productos de la civilización, han pasado y pasan por serios
conflictos. Ateniéndome al ejemplo de Anna Freud, diría que precisamente
desde el punto de vista de la investigación un analista de niños se encuentra en
una afortunada situación que nunca se le presenta a un etnólogo, a saber, la de
encontrar la gente civilizada en asociación estrecha con la gente primitiva, y a
consecuencia de esta extraña asociación, la de recibir las más valiosas
informaciones sobre los primeros y los últimos períodos.
Trataré ahora con mayor detalle los conceptos de Anna Freud sobre el
superyó del niño. En el capítulo IV de su libro hay algunas proposiciones que
tienen especial significado, tanto por la importancia de la cuestión teórica a
que se refieren como por las amplias conclusiones que Anna Freud extrae de
ellas.
El análisis profundo de niños, y en particular de niños pequeños, me ha
llevado a formar un cuadro del superyó en la temprana infancia muy distinto
al cuadro pintado por Anna Freud, principalmente como resultado de
conclusiones teóricas. Es verdad que el yo de los niños no es comparable al de
los adultos. El superyó, por otra parte, se aproxima estrechamente al del adulto
y no está influido radicalmente por el desarrollo posterior como lo está el yo.
La dependencia del niño de los objetos externos es naturalmente mayor que la
de los adultos y este hecho produce resultados incontestables, pero que creo
que Anna Freud sobreestima demasiado y por lo tanto no interpreta
correctamente. Porque estos objetos externos no son por cierto idénticos al
superyó ya desarrollado del niño, aun cuando una vez hayan contribuido a su
desarrollo. Sólo de esta manera podemos explicar el hecho asombroso de que
en niños de tres, cuatro o cinco años, descubramos un superyó de una
severidad que se encuentra en la más tajante contradicción con los objetos de
amor reales, los padres. Quisiera mencionar el caso de un niño de cuatro años
cuyos padres no sólo nunca lo castigaron ni amenazaron sino que en realidad
son extraordinariamente cariñosos y buenos. El conflicto entre el yo y el
superyó en este caso (que sólo tomo como un ejemplo entre muchos) muestra
que el superyó es de una fantástica severidad. Basado en la conocida fórmula
que prevalece en d inconsciente, el niño espera en razón de sus propios
impulsos canibalísticos y sádicos, castigos tales como castración, ser cortado
en pedazos, devorado etc., y vive perpetuamente aterrado por ello. El contraste
entre su tierna y cariñosa madre y el castigo con que lo amenaza su propio
superyó es realmente grotesco, y es una ilustración del hecho de que no
debernos de ningún modo identificar los objetos reales con aquellos que el
niño introyecta.
Sabemos que la formación del superyó tiene lugar sobre la base de
varias identificaciones. Mis resultados muestran que este proceso, que termina
con el período del complejo de Edipo, o sea con el comienzo del período de
latencia, comienza a una edad muy temprana. Basando mis observaciones en
mis descubrimientos en el análisis de niños muy pequeños, indiqué en mi
último artículo que el complejo de Edipo se forma por la frustración sufrida
con el destete, es decir, al final del primer año de vida o al comienzo del
segundo. Pero parejamente con esto vernos los comienzos de la formación del
superyó. Los análisis de niños mayores y de niños muy pequeños brindan un
panorama claro de los diversos elementos a partir de los cuales se desarrolla el
superyó y los diferentes estratos donde tiene lugar el desarrollo. Vemos
cuántos escalones tiene esta evolución antes de terminar con el comienzo del
período de latencia. Se trata realmente de terminación, porque contrariamente
a Anna Freud, estoy llevada a creer por el análisis de niños que su superyó es
un producto sumamente resistente, inalterable en su núcleo, y que no es
esencialmente diferente del de los adultos. La única diferencia es que el yo
mas maduro de los adultos está más capacitado para llegar a un acuerdo con el
superyó. Pero esto a menudo sólo es aparentemente lo que pasa. Además los
adultos pueden defenderse mejor de las autoridades que representan al superyó
en el mundo exterior; inevitablemente los niños dependen más de éstas. Pero
esto no implica, como concluye Anna Freud, que el superyó del niño sea «aún
demasiado inmaduro, demasiado dependiente de su objeto, para controlar
espontáneamente las exigencias de los instintos, cuando el análisis lo ha
desembarazado de la neurosis». Aun en los niños estos objetos -los padres- no
son idénticos al superyó. Su influencia sobre el superyó del niño es
enteramente análoga a la que podemos comprobar que está en juego en los
adultos cuando la vida los coloca en situaciones algo similares, por ejemplo,
en una posición de particular dependencia. La influencia de temidas
autoridades en los exámenes, de los oficiales en el servicio militar, etc., es
comparable con el efecto que Anna Freud percibe en las «constantes
correlaciones en los niños entre el superyó y los objetos amorosos, que pueden
ser comparadas con las de dos vasos comunicantes». Presionados por
situaciones de la vida como las que mencioné u otras similares, los adultos,
como los niños, reaccionan con un incremento en sus dificultades. Esto sucede
porque se reactivan o refuerzan viejos conflictos por la dureza de la realidad, y
aquí juega un papel predominante la actuación intensificada del superyó.
Ahora bien, éste es exactamente el mimo proceso que al que se refiere Anna
Freud, a saber, la influencia de objetos aún actualmente presentes en el
superyó (del niño). Es verdad que las buenas y malas influencias sobre el
carácter y todas las otras relaciones contingentes de la niñez ejercen mayor
presión sobre los niños que la que sufren los adultos. Sin embargo, también en
los adultos esto es indudablemente importante5. Anna Freud cita un ejemplo
(Págs. 70-7l) que le parece ilustrar particularmente bien la debilidad y la
dependencia de las exigencias del ideal del yo en los niños. En el período de la
vida que precede inmediatamente a la pubertad, un niño que tenía un impulso
incontrolable a robar descubrió que el agente principal que lo influía era su
temor al padre. Anna Freud toma esto como prueba de que aquí el padre, que
realmente existía, podía todavía ser reemplazado por el superyó. Ahora
bien, creo que con bastante frecuencia podemos encontrar los adultos
desarrollos similares del superyó. Hay muchas personas que (a menudo
durante toda su vida) en última instancia controlan sus instintos asociales
únicamente por miedo a un «padre» con una apariencia algo distinta: la policía,
la ley, el desprestigio, etc. Lo mismo es también cierto en lo que respecta a la
«doble moralidad» que Anna Freud observa en los niños. No son sólo los niños
quienes tienen un código moral parad mundo de los adultos y otro para ellos
mismos y sus camaradas. Muchos adultos se comportan exactamente del
mismo modo y adoptan una actitud cuando están solos o con sus iguales, y
otra para superiores y extraños. Creo que una razón de la diferencia de opinión
entre Anna Freud y yo es la siguiente. Entiendo por superyó (y en esto estoy
completamente de acuerdo con lo que Freud nos enseñó sobre su desarrollo),
la facultad que resulta de la evolución edípica a través de la introyección de
los objetos edípicos, y que, con la declinación del complejo de Edipo, asume
una forma duradera e inalterable. Como ya lo he explicado, esta facultad,
durante su evolución y más aun cuando ya está completamente formada,
difiere fundamentalmente de aquellos objetos que realmente iniciaron su
desarrollo. Por supuesto que los niños (pero también los adultos) establecerán
toda clase de ideales del yo, instalando diversos «superyoes» pero esto tiene
seguramente lugar en los estratos más superficiales y está determinado en el
fondo por aquel superyó firmemente arraigado en el niño y cuya naturaleza es
inmutable. El superyó que Anna Freud cree funciona todavía en la persona de
los padres no es idéntico a este superyó interno en el verdadero sentido,
aunque no discuto su influencia en él. Si queremos penetrar en el verdadero
superyó, reducir su poder de actuación e influirlo, nuestro único recurso para
5 Abraham (1921-25) dice: «Pero la dependencia de los rasgos de carácter del destino
general de la libido no se limita a un período especial de la vida, sino que es válida
universalmente para la vida entera. El proverbio Jugend kennt keine Tugend (la juventud no
conoce virtudes), proclama el hecho de que en una edad temprana el carácter es inmaduro y
falto de firmeza. Sin embargo, no deberíamos sobreestimar la estabilidad del carácter,
incluso en años posteriores».
hacerlo es el análisis. Pero con esto quiero decir un análisis que investigue
todo el desarrollo del complejo de Edipo y la estructura del superyó.
Volvamos al ejemplo de Anna Freud que he mencionado anteriormente.
En el niño cuya mejor arma contra el asalto de sus instintos era su temor al
padre, nos encontramos con un superyó indudablemente inmaduro. Preferiría
no llamar a semejante superyó típicamente «infantil». Tomando otro ejemplo:
el niño de cuatro años cuyos sufrimientos por la presión de un superyó
castrador y canibalístico, en absoluto contraste con sus buenos y cariñosos
padres, seguramente no tiene este único superyó. Descubrí en él
identificaciones que correspondían más estrechamente a sus verdaderos
padres, aunque de ninguna manera eran idénticas a ellos. El niño llamaba a
estas figuras, que aparecían como buenas y protectoras y dispuestas a
perdonar, su «papá y mamá hadas», y cuando su actitud hacia mí era positiva,
me adjudicaba en el análisis el rol de la «mamá-hada» a quien se podía
confesar todo. Otras veces -siempre que reaparecía la transferencia negativayo
jugaba el rol de la madre mala de la que esperaba todo lo malo que
fantaseaba. Cuando yo era la mamá-hada, era capaz de satisfacer los pedidos
más extraordinarios y de gratificar deseos que no tenían ninguna posibilidad
de ser colmados en la realidad. Yo debía ayudarlo trayéndole como regalo, a
la noche, un objeto que representaba el pene del padre, y éste debía ser cortado
y comido. El que él y ella mataran a su padre era uno de los deseos que la
«mamá-hada» debía gratificar. Cuando yo era el «papá mágico», debíamos
hacer lo mismo a su madre, y cuando él mismo tomaba el rol del padre, y yo
representaba el del hijo, no sólo me permitía el coito con su madre sino que
me daba informaciones acerca de éste, me animaba a hacerlo, y también me
mostraba cómo podía realizarse el coito fantaseado con la madre por padre e
hijo simultáneamente. Toda una serie de las más variadas identificaciones,
opuestas entre si, originadas en estratos y períodos muy diferentes,
fundamentalmente distintos de los objetos reales, tuvieron como resultado en
este niño un superyó que realmente daba la impresión de ser normal y haber
evolucionado bien. Una razón más para seleccionar este caso entre otros
muchos análogos es que se trata de un niño que se podría llamar
perfectamente normal y que estaba en tratamiento analítico sólo por razones
profilácticas. Sólo después de un tiempo de análisis y cuando el complejo de
Edipo fue explorado en profundidad, pude reconocer la estructura completa y
diferentes partes del superyó del niño. Mostró las reacciones de un sentimiento
de culpa con una ética de nivel realmente elevado. Condenaba todo lo que
consideraba malo o feo de un modo que aunque apropiado para el yo de un
niño, era análogo al funcionamiento del superyó de un adulto con un alto nivel
ético.
La evolución del superyó del niño, aunque no menos que la del adulto,
depende de varios factores que no necesitarnos tratar aquí con mayor detalle.
Si por alguna razón esta evolución no se ha realizado totalmente y las
identificaciones no son totalmente afortunadas, entonces la angustia, a partir
de la cual se originó toda la formación del superyó, tendrá preponderancia en
su funcionamiento.
Creo que el caso citado por Anna Freud no prueba otra cosa sino que
tales desarrollos del superyó existen. No creo que muestre que éste es un caso
de desarrollo específicamente infantil, ya que nos encontramos con el mismo
fenómeno en aquellos adultos cuyo superyó no está desarrollado. Por eso creo
que las conclusiones que Anna Freud extrae de este caso son erróneas.
Lo que Anna Freud dice con respecto a esto me da la impresión de que
ella cree que el desarrollo del superyó, con formaciones reactivas y recuerdos
encubridores, tiene lugar en alto grado durante el período de latencia. Mi
conocimiento analítico de niños pequeños me obliga a diferir de ella en forma
absoluta en este punto.
Mi observación me ha enseñado que todos estos mecanismos están ya
establecidos cuando surge el complejo de Edipo, y son activados por éste.
Cuando el complejo de Edipo ha declinado, ya realizaron su tarea
fundamental; los desarrollos y reacciones subsiguientes son más bien la
superestructura de un sustrato que ha tomado una forma fija y persiste
inmodificado. Algunas veces y en ciertas circunstancias, las formaciones
reactivas están acentuadas, y, nuevamente, cuando la presión extrema es más
poderosa, el superyó opera con mayor fuerza.
Estos fenómenos, no obstante, no son privativos de la niñez. Lo que
Anna Freud considera como una ampliación adicional del superyó y como
formaciones reactivas en el período de latencia y en el período
inmediatamente anterior a la pubertad, es simplemente una adaptación
aparente y superficial a las presiones y exigencias del mundo exterior, y no
tiene nada que ver con el verdadero desarrollo del superyó. A medida que
crecen, los niños (como los adultos) aprenden a manejar el «doble código
moral» más hábilmente que los niños pequeños, que todavía son menos
convencionales y más honestos.
Pasemos ahora a las deducciones de la autora a partir de sus
proposiciones sobre la naturaleza dependiente del superyó de los niños y su
doble código moral en relación con los sentimientos de vergüenza y
desagrado.
En las páginas 73-75 de su libro, Anna Freud sostiene que los niños
difieren de los adultos en este aspecto: cuando las tendencias instintivas del
niño se han hecho conscientes no se puede esperar que el superyó asuma por si
mismo la total responsabilidad de su dirección. Piensa que los niños, dejados
solos en esto, sólo pueden descubrir «un único sendero corto y adecuado,
saber, el que conduce a la gratificación directa». Anna Freud no acepta -y da
buenas razones para su actitud- que la decisión sobre cómo deben ser
empleadas las fuerzas instintivas liberadas de la represión deba corresponder a
las personas responsables de la educación del niño. Considera por lo tanto que
lo único que debe hacerse es que «el analista guíe al niño en este aspecto tan
importante». Da un ejemplo para ilustrar la necesidad de intervención
educacional por parte del analista. Veamos lo que dice. Si mis objeciones a
sus proposiciones teóricas son válidas, deberán soportar la prueba de un
ejemplo práctico.
El caso en cuestión es uno que Anna Freud discute en varios pasajes de
su libro: el de una niña de seis años que sufría de neurosis obsesiva. Esta niña,
que antes del tratamiento manifestaba inhibiciones y síntomas obsesivos, se
tornó en ese momento desobediente y falta de límites. Anna Freud infirió que
en ese punto hubiera debido intervenir con el rol de educadora. Creyó
reconocer que el hecho de que el niño gratificara sus impulsos anales fuera del
análisis una vez libres de la represión, indicaba que ella había incurrido en un
error y había confiado demasiado en la fuerza del ideal del yo del niño. Pensó
que este superyó aún insuficientemente establecido hubiera necesitado una
influencia educativa temporaria por parte del analista, y por lo tanto, en este
punto no era capaz de controlar los impulsos del niño sin ayuda.
Creo que sería bueno que yo también seleccionara una ilustración para
sustentar mi opinión, opuesta a la de Anna Freud. El caso que citaré fue muy
grave: el de una niña de seis años que en el comienzo del análisis sufría de una
neurosis obsesiva6. Erna, cuya conducta en el hogar era intolerable y que
manifestaba marcadas tendencias asociales en todas sus relaciones, sufría de
frecuente insomnio, de excesivo onanismo obsesivo, inhibición completa para
el aprendizaje, profundas depresiones, ideas obsesivas y varios otros síntomas
graves. Fue tratada analíticamente durante dos años, y es evidente que la
curación fue su resultado, porque desde hace más de un año ha estado en un
colegio que por principio sólo toma «niños normales» y que está enfrentando
allí la prueba de la vida. Como es de suponer, en un caso tan grave de neurosis
obsesiva la niña sufría de inhibiciones excesivas y profundos remordimientos.
Manifestaba el característico viraje de la personalidad de «ángel a demonio»,
de «princesa buena a malvada», etc. En ella, también, el análisis liberó tanto
6 Examiné esta historia del caso con mayor detalle en el Wüzburger Tagung Deutscher
Analytiker (otoño de 1924), y en una de mis conferencias en Londres, en el verano de 1925.
Me propongo publicar posteriormente la historia. A medida que progresó el análisis
descubrí que la grave neurosis obsesiva enmascaraba una paranoia.
enormes cantidades de afecto como impulsos sádicos anales. Durante las
sesiones analíticas tenían lugar extraordinarias descargas: rabietas que se
desahogaban en los objetos de mi cuarto, tales cono almohadones, etc.,
ensuciaba y destrozaba juguetes, manchaba papel con agua, plastilina, lápices
y demás. En todo esto la niña daba la impresión de estar considerablemente
liberada de inhibiciones y parecía extraer un placer notable de esta conducta a
menudo bastante salvaje. Pero descubrí que no se trataba simplemente de un
caso de gratificación desinhibida de sus fijaciones anales, sino que otros
factores jugaban un rol decisivo.
De ninguna manera era tan «feliz» como se hubiera podido pensar a
primera instancia, y como los que rodeaban al niño hubieran pensado que sería
en el caso citado por Anna Freud. Lo que en gran parte se encontraba debajo
de su «falta de freno» era angustia y también la necesidad de castigo que la
impelían a repetir su comportamiento. En éste, también, habla una evidencia
clara de todo el odio y el desafío que databa del período en que se le había
enseñado hábitos de limpieza. La situación cambió completamente cuando
analizamos estas fijaciones tempranas, sus conexiones con la evolución del
complejo de Edipo, y el sentimiento de culpa asociado a éste.
En estos períodos en los que se liberaban con tanta fuerza impulsos
sádico-anales, Erna manifestaba una inclinación temporaria a descargarlos y
gratificarlos fuera del análisis. Llegué a la misma conclusión que Anna Freud:
que el analista debía haberse equivocado. Sólo que -y ésta es probablemente
una de las diferencias más sobresalientes y fundamentales entre nuestras
opiniones- yo inferí que había fracasado de alguna manera por el lado
analítico y no por el educacional Quiero decir que me di cuenta de que había
fracasado en resolver completamente las resistencias durante la sesión
analítica y en liberar totalmente la transferencia negativa. En este y en todos
los otros casos encontré que si queremos capacitar a los niños para controlar
mejor sus impulsos sin que se agoten en una laboriosa lucha contra ellos, la
evolución edípica debe ser desnudada analíticamente tan completamente como
sea posible, y los sentimientos de odio y culpa que resultan de esta evolución
deben ser investigados hasta sus mismos comienzos7. Ahora bien, si tratamos
de ver hasta qué punto Anna Freud encontró necesario reemplazar las medidas
analíticas por medidas educativas encontramos que la pequeña paciente misma
7 También la pequeña paciente de Anna Freud reconoció esto bastante correctamente
cuando luego de contar cómo había salido victoriosa de su lucha con el diablo, definió así
el objeto de su análisis: «Debes ayudarme a no ser tan infeliz si tengo que ser mas fuerte
que él»; creo, sin embargo, que este objetivo puede alcanzarse plenamente sólo cuando
hayamos podido despejar las primeras fijaciones orales y sádico-anales y los sentimientos
de culpa conectados.
nos da una información exacta. Después de que Anna Freud le hubo
demostrado claramente (pág. 41) que la gente sólo podía portarse tan mal con
quienes odiaba, la niña preguntó «por qué habría ella de tener ese sentimiento
de odio por su madre a quien ella suponía que quería mucho». Esta pregunta
tenía una buena justificación y muestra esa buena comprensión de la esencia
del análisis que a menudo encontramos en pacientes de cierto tipo obsesivo,
incluso muy pequeños. La pregunta señala el camino que hubiera debido
tornar el análisis: hubiera debido penetrar más profundamente. Anna Freud,
sin embargo, no tomó este canino, ya que leemos:
«Aquí rehusé decirle nada más, ya que también yo había llegado al fin
de lo que sabía». La pequeña paciente trató entonces ella misma de ayudar a
encontrar la forma que la podría conducir más lejos. Repitió un sueño que ya
había mencionado y cuyo significado era un reproche contra su madre porque
ésta salía precisamente cuando la niña más la necesitaba. Algunos días
después trajo otro sueño que indicaba claramente celos de sus hermanos y
hermanas menores.
Anna Freud se detuvo entonces, cesó de avanzar más lejos en el análisis
precisamente en el momento en que hubiera debido analizar el odio de la niña
por su madre, o sea cuando realmente lo que primero debía hacerse era
dilucidar en primer lugar toda la situación edípica. Vemos que es verdad que
había liberado y llevado a su descarga algunos de los impulsos sádico-anales,
pero no puso atención en la conexión de estos impulsos con la evolución
edípica; por el contrario, confinó sus investigaciones a estratos superficiales
conscientes o preconscientes, porque hasta donde podemos juzgar a través de
lo que escribe, también parece haber omitido la prosecución del análisis de los
celos de sus hermanos y hermanas hasta sus deseos inconscientes de matarlos.
Si Anna Freud lo hubiera hecho, también esto la habría conducido hasta los
deseos de la niña de matar a la madre. Más aun, debe haber omitido también el
análisis de la actitud de rivalidad con la madre, ya que de otro modo tanto la
paciente como la analista hubieran debido saber para entonces algo de las
causas del odio de la niña por su madre.
En el cuarto capítulo de su libro, Anna Freud cita este análisis como una
ilustración de la necesidad de que el analista intervenga durante un tiempo con
el rol de educador; aparentemente está considerando este punto decisivo en el
análisis que acabo de discutir. Pero yo me represento la situación de la
siguiente manera: la niña llegó a ser parcialmente consciente de sus tendencias
sádico-anales, pero no se le dio la oportunidad de liberarse más amplia y
fundamentalmente de ellas a través de un análisis más profundo de su
situación edípica. En mi opinión no se trataba de dirigirla hacia un dominio y
control dolorosos de los impulsos liberados de la represión. Lo que se
necesitaba era más bien someterla a un análisis más profundo y completo de
las fuerzas que motivaban estos impulsos.
Pero debo hacer la misma crítica a algunos otros ejemplos que brinda
Anna Freud. Se refiere varias veces a las confesiones de onanismo recibidas
de sus pacientes. La niña de nueve años que hizo tales confesiones en dos
sueños que relató (págs. 31-32), estaba, creo, contando mucho más que eso, y
algo muy importante. Su terror al fuego y el sueño de la explosión en el géiser,
que se produjo a causa de una mala conducta de su parte y fue acompañado de
castigo, me parece indicar claramente la observación del coito entre los
padres. Esto es también evidente en el segundo sueño. En él había «des
ladrillos de distintos colores y una casa la que incendiaban». Estos, como mí
experiencia en análisis de niños me permite generalizar, por lo regular
representan la escena primaria. Que esto fuera cierto en el caso de esta niña,
me parece evidente en sus sueños con fuego a través de sus dibujos de los
monstruos (descritos por Anna Freud, págs. 37-38) que ella llamaba
«mordedores», y de la bruja que arrancaba el cabello de un gigante. Anna
Freud está indudablemente en lo cierto cuando interpreta estos dibujos como
indicadores de la angustia de castración de la niña, y de su masturbación. Pero
no me cabe la menor duda de que la bruja, que castra al gigante, y el
«mordedor» representan el coito entre los padres, concebido por la niña como
un sádico acto de castración; y además que cuando ella tuvo esta impresión,
ella misma concibió deseos sádicos contra sus padres (la explosión del géiser
que ella causa en el sueño); que su masturbación estaba asociada a estos
deseos y que por lo tanto, de su conexión con el complejo de Edipo,
involucraba un profundo sentimiento de culpa, y en relación con esto,
involucraba la compulsión a la repetición y parte de la fijación.
¿Qué es, entonces, lo que falta en la interpretación de Anna Freud?
Todo lo que hubiera profundizado en la situación edípica. Pero esto significa
que omitió explicar las causas más profundas del sentimiento de culpa y de la
fijación, e imposibilitó la resolución del complejo de Edipo. Me siento
obligada a extraer la misma conclusión que en el caso de la pequeña neurótica
obsesiva: si Anna Freud hubiera sometido los impulsos instintivos a un
análisis más profundo, no hubiera sido necesario enseñar a la niña cómo
controlarlos. Y al mismo tiempo la curación hubiera sido más completa.
Porque sabemos que el complejo de Edipo es el complejo nuclear de las
neurosis; por lo tanto si el análisis evita analizar este complejo, tampoco
puede resolver la neurosis.
Ahora bien, ¿cuáles son las razones de Anna Freud para abstenerse de
un análisis más profundo, que investigara sin reservas la relación del niño con
sus padres y con el complejo de Edipo? Hay una serie de importantes
argumentos con los que nos encontramos en varios pasajes de su libro.
Resumámoslo y consideremos sus alcances.
Anna Freud siente que ella no debe intervenir entre el niño y sus padres,
y que la educación del hogar peligraría y se crearían conflictos si se le hace
consciente al niño su oposición a los padres.
Creo que este punto es el que determina principalmente la diferencia entre las
opiniones de Anna Freud y las mías, y nuestros opuestos métodos de trabajo.
Ella misma dice que siente remordimientos para con los padres del niño, que
son los que la emplean, si como ella dice, «se vuelve contra ellos». En el caso
de una niñera que tenía hostilidad hacia ella (págs. 20-2l) hizo todo lo que
pudo para predisponer al niño en contra de la mujer, desprender el sentimiento
positivo del niño Por la niñera y dirigirlo hacia ella misma. Vacila en hacer lo
mismo cuando los padres entran en la cuestión, y creo que está plenamente en
lo cierto. La diferencia en nuestro punto de vista es ésta: que yo jamás intento
predisponer al niño en contra de los que lo rodean. Pero si sus padres me lo
han confiado para que lo analice, ya sea para curar una neurosis o por otras
razones, creo que estoy justificada al tomar la línea que me parece la más
ventajosa para el niño y la única posible. Quiero decir la de analizar sin
reservas su relación con los que lo rodean, y por lo tanto, en especial con sus
padres, hermanos y hermanas.
Hay varios peligros en el análisis de la relación con los padres que Anna
Freud teme y que piensa que surgirían de la debilidad que ella supone que
caracteriza el superyó del niño. Permítaseme mencionar algunos. Cuando se
resuelve satisfactoriamente la transferencia, el niño ya no puede volver a
dirigirse a los objetos amorosos adecuados y podría verse obligado ya sea «a
volver a caer en una neurosis, o, si este camino estuviera cerrado en razón del
éxito del tratamiento analítico, a tomar la dirección opuesta: la de la rebelión
abierta» (págs. 61-62). O de nuevo: si los padres utilizan su influencia en
oposición al analista el resultado sería «como el niño está vinculado
emocionalmente a ambas partes, una situación similar a la que surge en un
matrimonio infeliz en el que el niño se ha convertido en un tema le disputa»
(pág. 77). Y nuevamente: «Donde el análisis del niño no puede llegar a ser
parte orgánica de toda su vida sino que se introduce como un cuerpo extraño
en sus otras relaciones, perturbándolas, probablemente lo único que hagamos
sea complicarlo en más conflictos que los que nuestro tratamiento resuelve»
(pág. 84).
En cuanto a la idea de que el superyó del niño no es aún lo
suficientemente fuerte, y que hace temer a la autora que cuando el niño se
libere de la neurosis no podrá ya adaptarse satisfactoriamente a las exigencias
educacionales necesarias y a las de las personas que lo rodean, respondería yo
de la siguiente manera:
Mi experiencia me ha enseñado que si analizarnos un niño sin ningún
preconcepto de ninguna clase en nuestra mente, nos formaremos de él una
idea distinta, simplemente porque estaremos capacitados para penetrar más
profundamente en el período crítico anterior a los dos años. Aquí se revela en
mucho mayor grado la severidad del superyó del niño, rasgo que Anna Freud
misma descubrió en ocasiones. Encontramos que lo que se necesita no es
reforzar el superyó sino suavizarlo. No olvidemos que las influencias
educativas y las exigencias culturales no están suspendidas durante el análisis
aun cuando el analista, que actúa como un tercero absolutamente imparcial, no
asuma la responsabilidad de estas influencias y exigencias. Si el superyó ha
sido lo bastante fuerte cono para conducir al conflicto y a la neurosis
seguramente mantendrá suficiente influencia, aun si en el análisis lo
modificamos gradualmente.
Nunca terminé un análisis con la impresión de que está facultad se
hubiera debilitado demasiado, por otra parte, hubo muchos análisis en cuyo
término yo habría deseado que se pudiera reducir aun mas su exagerado poder.
Anna Freud señala con justeza que si nos aseguramos una transferencia
positiva los niños habrán de contribuir mucho en el sentido de la cooperación
y en otros tipos de sacrificio. Pero creo que esto prueba indudablemente que,
al lado de la severidad del superyó, este anhelo de amor es una garantía
adecuada de que el niño tendrá un motivo suficientemente fuerte para obrar de
acuerdo con exigencias culturales razonables, sólo si el análisis libera su
capacidad de amar.
No debemos olvidar que lo que la realidad exige al yo del adulto es
mucho más pesado que las demandas mucho menos exigentes que encuentra
el yo mucho más débil del niño.
Naturalmente, es posible que si el niño debe vincularse con personas
que no tienen insight, o con neuróticos, o con gente que lo perjudica, el
resultado podría ser que no podremos desembarazarlo completamente de su
propia neurosis o que su medio la haga surgir nuevamente. Sin embargo,
según mi experiencia, aun en estos casos podemos hacer mucho para aliviar el
asunto e inducir un desarrollo mejor. Más aun, en su reaparición la neurosis
será más leve y más fácil de ser curada en el futuro. Los temores de Anna
Freud de que un niño que ha sido analizado y permanece en un medio
totalmente adverso al análisis, en razón de su separación de sus objetos
amorosos puede tomarse más rebelde a éstos, y por lo tanto más presa de
conflictos, me parecen consideraciones teóricas refutadas por la experiencia.
Aun en tales casos he descubierto que el análisis capacitaba a los niños a
adaptarse mejor y por lo tanto a pasar mejor la prueba de un mllieu
desfavorable, y a sufrir menos que antes de ser analizarlos.
Y he demostrado repetidas veces que cuando un niño se torna menos
neurótico se hace mucho menos cansador para aquellos que lo rodean y que
son neuróticos o faltos de insight, y de esta forma el análisis no ejercerá más
que una influencia favorable en las relaciones entre el niño y su medio.
En los últimos ocho años he analizado gran número de niños, y mis
descubrimientos con respecto a este punto, crucial en la cuestión del análisis
de niños, ha sido constantemente confirmado. Podría resumirlo diciendo que
el peligro temido por Anna Freud, que el análisis de los sentimientos
negativos de un niño hacia sus padres arruinará su relación con éstos, es
siempre y bajo toda circunstancia, inexistente. Por el contrario, lo opuesto es
verdad. Exactamente lo mismo sucede en los adultos: el análisis de la
situación edípica no sólo alivia los sentimientos negativos del niño para con
sus padres, hermanos y hermanas sino que también los resuelve en parte, y así
posibilita mayor fortificación de los impulsos positivos. Precisamente el
análisis del período más temprano es el que revela las tendencias hostiles y los
sentimientos de culpa que tienen origen en la temprana frustración oral, los
hábitos de limpieza y la frustración relacionada con la situación edípica. Y
este traerlos a luz es lo que libera al niño de ellos. El resultado final es una
relación más profunda y mejor con los que lo rodean, y no es de ninguna
manera una separación en el sentido de sentirse extraño. Lo mismo se aplica al
período de la pubertad, sólo que en este período la capacidad para la
separación y la transferencia necesaria en esta fase particular del desarrollo
está grandemente reforzada por el análisis. Hasta ahora nunca he tenido quejas
le la familia después que el análisis terminara y aun durante su curso, de que la
relación del niño con su ambiente hubiera empeorado. Esto significa mucho
cuando recordamos la ambivalencia de las relaciones. Por otra parte, se me ha
asegurado con frecuencia que los niños se tornaban mucho más sociables y
mucho más dóciles con respecto a su educación. De modo que finalmente
hago un gran servicio tanto a los padres como al niño justamente en lo que se
refiere al mejoramiento de las relaciones entre ellos.
Indudablemente es deseable y provechoso que los padres nos asistan
tanto durante como después del análisis. Debo decir, sin embargo, que estos
ejemplos tan gratificadores son decididamente los menos: representan el caso
ideal, y no podemos basar nuestro método obre él. Anna Freud dice (pág. 83):
«La enfermedad definida no es lo único que nos hará decidirnos a analizar a un
niño. El lugar del análisis infantil es sobre todo el millieu analítico; por ahora
debemos limitarlo a los niños cuyos padres son analistas, se han analizado o
tienen cierta confianza o respeto por el análisis.» En respuesta diría que
debemos discriminar muy claramente entre las actitudes consientes e
inconscientes de los mismos padres, y he hallado repetidas veces que las
actitudes inconscientes no están de ninguna manera garantizadas por las
condiciones deseadas por Anna Freud. Los padres pueden estar por completo
convencidos teóricamente de la necesidad el análisis y pueden desear
conscientemente ayudarnos con todas sus fuerzas, y sin embargo, por razones
inconscientes, pueden obstaculizar nuestro trabajo a cada momento. Por otra
parte, constantemente hallé gente que no sabía nada sobre el análisis -a veces
simplemente una niñera que me tenía confianza personal- que fue de la más
grande ayuda debido a una favorable actitud inconsciente. Sin embargo, según
mi experiencia, todo el que analice niños tiene que contar con una cierta
hostilidad y celos por parte de niñeras, institutrices, e incluso la madre, y debe
tratar de realizar el análisis a pesar y en contra de estos sentimientos. A
primera vista esto parece imposible y representa por cierto una dificultad
especial y muy considerable en el análisis del niño. No obstante en la mayoría
de los casos no la he encontrado insuperable. Naturalmente presupongo que no
debemos «compartir con los padres el odio y el amor del niño», sino que
debemos manejar tanto la transferencia positiva como la negativa de manera
tal que nos capacite para establecer la situación analítica y confiar en ella. Es
asombroso cómo los niños, incluso niños pequeños, nos apoyan entonces con
su insight y con su necesidad de ayuda y cómo podemos incluir en nuestro
trabajo las resistencias causadas por aquellos con quienes están vinculados los
pequeños pacientes.
Por lo tanto, mi experiencia me ha llevado a emanciparme en mi trabajo
de estas personas en la medida de lo posible. Aun cuando sus informaciones
puedan ser a veces muy valiosas, cuando nos relatan cambios importantes que
tienen lugar en los niños y nos proporcionan un conocimiento de la situación
real, necesariamente debemos ser capaces de manejarnos sin esta ayuda. Por
supuesto no quiero decir con esto que nunca pueda desbaratarse un análisis
por culpa de los que rodean al niño; sólo puedo decir que si los padres envían
a sus niños para que se analicen no es razón para que sea imposible llevar a
cabo el análisis simplemente porque la actitud de éstos muestre falta de insight
o sea desfavorable de alguna otra manera.
Resulta claro por todo lo que he dicho que mi posición con respecto a la
conveniencia del análisis en distintos casos es completamente distinta a la de
Anna Freud. Considero que el análisis es útil no sólo en todos los casos con
perturbaciones mentales evidentes y desarrollo insuficiente, sino como medio
para disminuir las dificultades de niños normales. El camino puede ser
indirecto, pero estoy segura de que no es demasiado penoso, costoso o tedioso.
En esta segunda parte de mi artículo mi intención era demostrar que es
imposible combinar en la persona del analista la tarea analítica y educativa, y
esperaba mostrar por qué es así. Anna Freud misma describe estas funciones
(pág. 82) como «dos tareas difíciles y contradictorias» – Y dice nuevamente:
«analizar y educar, o sea permitir y prohibir al mismo tiempo, liberar y atar
nuevamente». Puedo resumir mis argumentos diciendo que una actividad
efectivamente anula la otra. Si el analista incluso temporariamente se torna
representante de agentes educativos, si asume el rol del superyó, bloquea en
ese punto el camino de los impulsos instintivos a la conciencia: se vuelve un
representante de los poderes represores. Avanzaré un poco más y diré que
según mi experiencia, lo que debemos hacer con los niños tanto como con los
adultos es, no simplemente establecer y mantener la situación analítica con
todos los medios analíticos y abstenernos de toda influencia educativa directa,
sino, más aun, que el análisis de niños debe tener la misma actitud
inconsciente que pedimos al analista de adultos, si ha detener éxito. Esta lo
debe capacitar para querer realmente sólo analizar, y no desear moldear y
dirigir la mente de sus pacientes. Si la angustia no se lo impide, podrá esperar
con calma la evolución del resultado correcto, y de este modo se alcanzará
este resultado.
Si lo hace, además, demostrará la validez del segundo principio que
expongo en oposición a Anna Freud, a saber: que debemos analizar
completamente y sin reservas la relación del niño con sus padres y su
complejo de Edipo.
Postscriptum, mayo de 1947.
En el Prefacio y en la Tercera parte de su nuevo libro, Anna Freud
presenta diversas modificaciones de su técnica. Algunas de estas
modificaciones conciernen a algunos puntos que traté en este artículo.
Una divergencia en nuestras opiniones surgió de su utilización de
métodos educativos en el análisis de niños. Anna Freud explicó que esta
técnica era necesaria a causa del superyó débil y no desarrollado de los niños,
aun en el período de latencia (que en ese entonces ella consideraba el único
período en el que los niños podían ser analizados). Declara ahora en su
Prefacio que la parte educativa en la tarea del analista de niños ya no es
necesaria (porque los padres y las autoridades educacionales se han vuelto
mucho más instruidas) y que el analista «puede ahora, salvo raras excepciones,
concentrar su energía en el aspecto puramente analítico de su labor’. (Prefacio,
pág. xi.) Además, cuando Anna Freud publicó su libro en 1926, no sólo criticó
la técnica de juego (que yo había empleado en el análisis de niños pequeños),
sino que también se opuso por principio a que niños pequeños, por debajo del
período de latencia, se analizaran. Ahora, como lo dice en su Prefacio, redujo
la edad «desde el período de latencia, como lo sugirió en un principio, hasta
los dos años…» y según parece también aceptó hasta cierto grado la técnica de
juego cono parte necesaria del análisis de niños. Además amplió el número le
pacientes no sólo en lo que respecta a la edad sino también en lo que respecta
al tipo de enfermedad, y ahora considera «que se puede analizar niños cuyas
perturbaciones son de tipo esquizofrénico» pág. x).
La cuestión siguiente es más complicada porque subsiste una importante
diferencia aunque haya surgido una similitud en el enfoque. Anna Freud dice
de su «fase introductoria» en el análisis de niños, que su estudio de los
mecanismos de defensa del yo la ha llevado a encontrar «caminos y medios de
poner al descubierto y penetrar las primeras resistencias en el análisis de
niños, con lo cual se acorta la fase introductoria del tratamiento, y, en algunos
casos la hace innecesaria» (Prefacio, págs. xi-xii). La consideración de mi
contribución al Simposium mostrará que la esencia de mi argumento en entra
de la «fase introductoria» de Anna Freud era lo siguiente: si el analista trata
desde el comienzo la angustia y la resistencia inmediatas del niño con recursos
analíticos, la situación transferencial se establece inmediatamente, y no se
hacen necesarios ni aconsejables recursos que no sean analíticos. Nuestras
opiniones sobre este problema tienen por lo tanto en común que la fase
introductoria es innecesaria (aunque Anna Freud sólo parece admitir esto en
algunos casos especiales) si se descubre que los caminos y los medios
analíticos penetran las primeras resistencias. En mi contribución al Simposium
traté este problema principalmente desde el ángulo de la angustia aguda del
niño pequeño. Sin embargo, en mi libro El psicoanálisis de niños, muchos
ejemplos muestran que en aquellos casos en los que la angustia es menos
aguda, atribuyo gran significación al análisis de las defensas desde el
comienzo. En realidad, no es posible analizar las resistencias sin analizar las
defensas. No obstante, aunque Anna Freud no se refiere al análisis de la
angustia aguda sino que parece poner el acento principalmente en el análisis
de las defensas, nuestras opiniones coinciden en cuanto a la posibilidad de
conducir el análisis desde el comienzo con recursos analíticos. Estas
alteraciones en las opiniones de Anna Freud, que sólo doy como ejemplo,
duplican en realidad, aunque ella no lo manifieste, una disminución de ciertas
divergencias importantes entre ella y yo en lo que respecta al psicoanálisis de
niños. Mencionaré otro punto que está relacionado fundamentalmente con mi
enfoque de los principios y la técnica del análisis temprano, punto que ilustro
en este libro. Anna Freud declara (pág. 71): «Melanie Klein y sus seguidores
expresaron repetidamente la opinión de que con la ayuda de la técnica de
juego se puede analizar niños de casi cualquier edad, de la más temprana
infancia en adelante.» No sé sobre que fundamento se basa esta declaración, y
el lector de este libro y de mi libro El psicoanálisis de niños no encontrará
pasajes que lo justifiquen ni material de análisis de niños de menos de dos
años y tres meses de edad. Por supuesto que atribuyo gran importancia al
estudio de la conducta de los lactantes, especialmente a la luz de mis
descubrimientos sobre los tempranos procesos mentales, pero estas
observaciones analíticas son algo esencialmente distinto que llevar a cabo un
tratamiento psicoanalítico.
También llamaría aquí la atención sobre el hecho de que en esta nueva
edición de su libro (págs. 69-71), Anna Freud repita la misma descripción
errónea de mi técnica que hizo veinte años atrás, puesto que infiere que confío
predominantemente en interpretaciones simbólicas y utilizo muy poco -si
alguna vez lo hago- el lenguaje del niño, ensueños diurnos, sueños, cuentos,
juego imaginativo, dibujos, sus reacciones emocionales y sus relaciones con la
realidad exterior, por ejemplo, en su hogar. He corregido explícitamente esta
interpretación errónea en esta contribución al Simposium y cuesta entender
cómo pudo haberse mantenido frente a mi libro El psicoanálisis de niños y mis
diversas publicaciones, compiladas ahora en este volumen.

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