LA TORRE DE BABEL PSICOANALITICA

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Notas sobre el psicoanálisis después de Freud

Psic. Alberto Villarreal Hernández
Asociación Regiomontana de Psicoanálisis A. C.
[email protected]

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“Bien sé que la terminología es un
mal necesario, pero me parece que
se destaca demasiado su necesidad
y no lo bastante sus inconvenientes”

Reik (1935, p. 13)

 

Las teorías y los términos psicoanalíticos han ayudado desde su origen a ofrecer mayor conocimiento de aspectos que durante siglos estuvieron matizados por la juventud de las ciencias, el prejuicio, las ideologías religiosas e incluso por la parapsicología. Distintas escuelas, cada una con una terminología común, específica y compleja, o con ideas bastante originales e incluso debatibles no son pocas.

Esta comunicación pretende realizar una modesta e incompleta crítica alrededor de la altísima variedad de terminologías o lenguajes que lejos de acercar, parecen distanciar, situación que produce no sólo que no podamos entendernos, sino que implica que otras disciplinas sufran para comprendernos. Si bien en un inicio nos dio identidad a la vez que posibilitó el organizarnos como una disciplina aparte (lo que nos ubicó en la elite de las neurociencias), creo que ahora nos ha automarginado en una elegante pero infértil popularidad (Freud, 1925; Milner, 1952; Hartmann, 1956; Bion, 1971; Fages, 1976, Peterfreund y Schwartz, 1976; Peterfreund, 1978; Tubert-Oklander, 1987; Green, 2000).

La existencia de tantos términos y descubrimientos hizo hace años que Bion (1970) vaticinara que llegaría un momento en el cual no nos entenderíamos entre nosotros. Lo que sigue es una breve elaboración de tal idea. Probablemente uno de los problemas que nuestra disciplina adolece es la falsa, confusa e intrigante tradición del  “después de Freud no hay nada”. Curiosamente, el 15 de febrero de 1924 Freud escribió en una circular lo siguiente: “la consideración hacia mí tan frecuentemente demostrada por ustedes, no deben inhibir a ninguno de ustedes en el libre ejercicio de su productividad…”. Sin embargo parece ocurrir lo inverso. Cuando candidato recuerdo que nos enseñaban que para realizar un estudio psicoanalítico, lo primero es revisar si Freud ya lo había dicho, de la forma que sea. Así encontramos referencias de él en casi todos los artículos psicoanalíticos. De alguna manera, vemos que prácticamente no dejó tema sin tratar directamente, y si no, se dejan interpretaciones del “quiso decirlo”, “se acercó al tema”, o fue “vagamente explorado”, como si tuviéramos que darnos permiso para escribir o hablar de algo a partir de una ya innecesaria sobre idealización de su genio y presencia, al grado incluso de encontrar trabajos con serias manipulaciones cronológicas, o con recortes de frases acomodadas a gusto y propósito del autor. Esto, junto con una necesidad de sentirnos acompañados y por lo tanto asegurar una crítica menor al hacer nuestro trabajo es parte de dicha inadecuada tradición. Declararse sólo seguidores de Freud a mi juicio produce un no-enfrentamiento maduro con los nuevos descubrimientos psicoanalíticos, al mismo tiempo que minimiza todos los esfuerzos posteriores. Sería como sostiene Solís, continuar con la ideopatía del “más vale viejo por conocido que nuevo por conocer” (1985, p. 32). Tal lealtad es una mala interpretación de la misma. La admiración y compromiso es con el psicoanálisis y el pensamiento científico (Kohut, 1977; Mitchell, 1988; Spurling, 2003).

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 Tales sobre interpretaciones lejos de ayudarnos nos alejan de las realidades actuales. Una de ellas es la pérdida de vigencia de algunas observaciones y descubrimientos de Freud: por ejemplo, nunca atendió formalmente niños (Juanito fue “supervisado” epistolarmente por Max Graft, su terapeuta-papá)[1] pero se asume que Freud lo atendió. Igualmente, aprender teoría psicoanalítica de las neurosis basándonos en los casos de Freud es ver pacientes que no serían ahora considerados como tales, sino poseedores de trastornos fronterizos, desórdenes neurológicos o incluso psicóticos. De hecho hay una serie de controversias alrededor de seguir o no incluyéndolos en los seminarios de psicoanálisis, debido a que sólo poseen un valor histórico-anecdótico, y no clínico-práctico-contemporáneo. Las aportaciones iniciales, altamente novedosas, pioneras y respetables, gracias a los nuevos desarrollos apoyados no sólo en la intuición clínica sino en la observación controlada y en investigaciones integrando otras disciplinas no psicoanalíticas han ayudado mucho a modificar los esquemas anteriores, médico-mecánico-hidráulico-literarios que explicaban un “aparato” mental. Las cosas han cambiado, mas no por ello son menos complicadas.

 LA TORRE DE BABEL PSICOANALITICA.

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Cuando observamos a un pequeñito que apenas cumplirá un año, estará cursando la etapa oral de acuerdo a Freud, y al mismo tiempo también estará viviendo la posición depresiva (luego de haber “sobrevivido” a una encarnizada posición esquizoparanoide) en palabras de Klein y seguidores. Sin embargo ese mismo niño será entendido como alguien quien ha sobrepasado una etapa de autismo y simbiosis normal según Mahler y seguidores. Erickson pensará que estará transitando por la etapa de confianza básica versus desconfianza, y así seguiríamos incluyendo fases, etapas, posiciones, períodos, momentos, etcétera en el desarrollo del mismo niño. Lo interesante es que lejos de ser fenómenos que apuntan al mismo hecho observado o intuido, son diametralmente diferentes. Esto es, mientras que para Mahler el niño no posee en la fase autista normal la idea de que es diferente de su madre, empezando a percibir ello mucho después, Klein asume la existencia de percepciones claras de un objeto receptor de las identificaciones proyectivas que contienen el impulso de muerte con quien desde el nacimiento está en disputa gracias a la existencia de un yo y un superyó rudimentarios, sin embargo, para Freud ese yo es inexistente y mucho menos el superyó que se organiza años después del propuesto por Klein. Para hacerlo más complicado, ahora sabemos por otros autores cosas mucho más diferentes. El bebé busca relacionarse desde el principio de su vida extra-uterina. Sabe que es un ente individual, no se encuentra fusionado, ni confundido, ya que necesita tener inicialmente instituida la realidad para desarrollar fantasías, así, no percibe debido a sus masivas identificaciones proyectivas a un pecho ahogador que le privará terriblemente (lo cual habla de una inmediata distorsión de la figura real), por lo cual lo contrarrestará con heces y orina que contienen fantasías inconscientes de diversa índole. Al mismo tiempo, los modelos “cuasi predeterminados”, lejos de ser útiles han producido a mi juicio el desarrollo de fórmulas predictivas que teorizan al menor, sus padres, al paciente e incluso al analista mismo (Kolteniuk, 1988).

Parece que el no ser claros nos hace sentirnos más interesantes. Evidentemente no hay nada como encontrar algo aparentemente no visto por nadie. Tal situación hace que el descubridor desarrolle un neologismo o tome “prestado” una palabra o fenómeno para bautizar lo encontrado (como Stern con las Representaciones de Interacciones Generalizadas, en desarrollo infantil o Ferenczi con Thallasa al definir su teoría sexual). Como lo define Dupetit “las teorías son construcciones aproximativas a la realidad, existentes independientemente de la subjetividad, contrastables y refutables a través del tiempo” (1988, p. 43). El problema entre muchos es que el descubrimiento posee el riesgo de desarrollar una especie de “cosmovisión” que realza nuestro narcisismo y como prolongación del mismo, dicho descubrimiento con su nombre nos puede llevar lejos de lo científico e incluso rayar en lo inaplicable (O. Rank con su Trauma del Nacimiento y A. Rascovsky con su Psiquismo Fetal cayeron a mi juicio en tal embriaguez). Creo que ahora tratamos de desarrollar y asentar en la mayoría de las ocasiones términos más justos, empáticamente mejor comprendidos y poco a poco menos contextualizados a una sola escuela. Es evidente que las teorías son el resultado de formaciones de compromiso que pueden o no ser exitosas (Levine, 1993)[2]. Para hacerlo más difícil, existen múltiples palabras diferentes y otras idénticas que no significan lo mismo[3].

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 Como señala Pontalis (1977), todas las teorías poseen una coherencia interna, pero una disonancia en interacción con las demás. Con el paso de los años, a mi juicio favorablemente, se han dejado de utilizar tantas metáforas, alegorías y complicados neologismos para nombrar fenómenos clínicos o hechos del desarrollo y la experiencia humana. Sin embargo, seguimos sintiendo la necesidad de que todo psicoanalista necesite ser políglota para comprender todo este complejo vocabulario. Así, mientras que a la primera fase del análisis Glover la llama transferencias libres, Meltzer nombra al mismo tiempo recolección de las transferencias, y no se digan los términos Alianza Terapéutica y Alianza de Trabajo propuestos por E. Zetzel y R. R. Greenson. Existen múltiples clasificaciones de trastornos narcisistas e histéricos que igualmente poseen muchas correspondencias pero términos diferentes. Para bien o mal, cada una de estas ideas teóricas incide en la técnica y por supuesto en la pareja paciente-analista (Wingorad, 1988; Leiberman de Bleichmar y Bleichmar, 1988 y Levine, 1993). Hemos pasado de una psicología de una sola persona, en la cual el mundo interno era lo único válido para el experto en psicoanálisis, siendo efectivo el método si el clínico buscaba ser de lo más anónimo y neutral al paciente, entendiendo inicialmente a la transferencia como un fenómeno nocivo al proceso analítico, a un modelo contemporáneo que sostiene la permeabilidad selectiva al clínico a expresar sus pensamientos y utilizarlos sin considerarlos tajantemente contratransferenciales donde se entiende desde nuevas perspectivas la teoría de la transferencia y la relación terapéutica, dejando parcialmente de lado el interés del analista en descubrir las amnesias infantiles y “juntar los pedazos” para re-organizar una historia significativa y coherente, resolviendo las fantasías que habían, debido a las relaciones patógenas y a la propia interpretación subjetiva de su infancia afectado, realizando ecuaciones y transpolando el pasado en el presente (Etchegoyen, 1986). La necesidad de convertirnos en una especie de biógrafos de nuestros pacientes ha creado libros enteros de técnica. Ahora, se entiende la transferencia como el estudio de las relaciones interpersonales que diariamente el paciente lleva a cabo y que en momentos hacen evocar diferentes facetas de su vida, las cuales han sido significativas (Chodorow, 1999). No es ya que el pasado con nuestros padres y figuras significativas determinen exactamente todas las futuras relaciones (que equivale a estar aprisionado por nuestro pasado), sino que la relación misma con el analista (como con otras personas) estimula el recuerdo (y la elaboración) de relaciones del pasado. Igualmente, la relación terapéutica transcurre en un mutuo ir y venir de intercambios afectivos interpretados intersubjetivamente entre la pareja terapéutica, dentro de una relación que va creando, definiendo y re-definiendo a los autores de esta experiencia única. Es una psicología de tres personas.

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 CONCLUSIÓN: Y LA TORRE SIGUE CRECIENDO.

Hasta de lo impreciso de los términos psicoanalíticos habló Freud. Le dijo en sesión a Blanton (1930) que “al desarrollar una nueva ciencia, uno debe hacer sus teorías en forma no muy precisa…”. Lo anterior no significa olvidarnos por completo de Freud y las contribuciones de las primeras camadas de psicoanalistas. Creo que es mejor reubicar cada una de las contribuciones dentro de su contexto histórico-circunstancial-funcional. Así mismo, lo ya enunciado puede parecer una visión sombría alrededor del lenguaje ambiguo y complejo que el psicoanálisis en su historia ha desarrollado. Sin embargo, lejos de parecer pesimista, una realidad es que en poco más de 100 años conocemos el funcionamiento psicológico del ser humano mejor que cualquiera de las disciplinas de la salud mental y muchas de las valiosas y firmes e incluso las actualmente cuestionadas teorías psicoanalíticas han representado un serio esfuerzo por comprender al prójimo. Nuestro interés ha ido integrándose y acercándose como en pocas épocas a las interacciones significativas. Los esfuerzos de una serie de pensadores e investigadores psicoanalíticos de gran respetabilidad han arrojado nuevas y vigorosas ideas y a su vez han propuesto interesantes contribuciones al desarrollo temprano, de una forma realista, comprensible y en términos menos confusos. Autores como Stern (1985), Emde (1988), Bollas (1987), Mitchell (1988), Benjamín (1988), Chodorow (1999), Ogden (1986, 1989) y otros muchos más recientemente han revigorizado la teoría y la técnica psicoanalítica. Estos modelos pretenden resaltar la profunda importancia de los intercambios relacionales que ocurren en las interacciones tempranas entre el bebé y su madre-padre. Desde el inicio, el bebé por naturaleza pro-relacional establece una relación inicial que llega a ser de carácter transformacional (Bollas, 1987), la cual se va sofisticando a través de la misma retroalimentación que cada miembro que la díada madre-padre- bebé establecen. Esto es, no sólo el bebé es modificado por lo que recibe de sus padres, los mismos padres cambian a través de la recepción de lo que el bebé les trasmite relacionalmente. Dicha matriz relacional produce interacciones significativas que van organizando afectos eje que se van consolidando y repitiendo continuamente conforme van evolucionando las interacciones y ampliándose su campo de experimentación humana (Klein, 1980; Mitchell, 1988; Kernberg, 1982, 1992; Stern, 2000). En síntesis, lo que se internaliza no son objetos, sino relaciones, esto es, el producto de las mutuas influencias afectivas entre el self y los objetos. En el análisis, un encuentro creativo per se, el uso de la interpretación es una forma de relación de objeto, pues la misma relación objetal trasmite un aspecto de la comprensión de la persona. Esto es, el objeto se entiende desde la interacción, historia y experiencia del individuo con tal objeto y viceversa. Así, la interacción produce un nuevo elemento, el tercero intersubjetivo que en sí mismo redefine a los protagonistas (Ogden, 1994). No es hacer consciente lo inconsciente, a título de reemplazo, sino entrelazarlo, como apunta Chodorow “mediante la incorporación en el momento presente de nuestro inconsciente tal como lo creamos y nuestro pasado tal como lo experimentamos y lo hicimos nuestro, vivimos de la manera más plena nuestro presente y adquirimos conciencia de él” (1999, p. 278). Términos como pulsión, regresión, trauma, catexia, contracatexia, fijación, energía psíquica, determinismo psíquico, entre otros más han cedido su lugar a otras proposiciones. No es que se reprima, sino se integra a la persona. No es abolir la transferencia, sino incorporarla en la vida mental para darle a ésta vida y riqueza. Se ha dejado de lado a idea de comparar el desarrollo temprano con severidad de psicopatología.

Es evidente que no existe una teoría psicoanalítica completa y que resuelva todos los enigmas del desarrollo, la psicopatología y los procesos terapéuticos. Al mismo tiempo es claro que deban de existir nociones elementales de conceptos psicoanalíticos aunque no estén desde otras pociones vigentes o que ya hayan recibido una radical revisión (como por ejemplo el modelo estructural Yo-Ello-Súper Yo). Sin embargo, mientras no ofrezcamos a nuestros alumnos lo más reciente y lo que pudiéramos enmarcar como líneas comunes o estructuras-base del funcionamiento mental que poco se han modificado, no les ofrecemos un verdadero psicoanálisis, ya que somos prácticamente la única profesión que sus conocimientos tienen que asentarse en las contribuciones iniciales literales (algunas de poco más de 100 años de haberse redactado). Esto sólo nos compara con las ciencias sociales como la literatura, antropología e incluso con las religiones. Creo para terminar, al igual que Mitchell, que la “madurez del psicoanálisis como disciplina depende de que reconozcamos cuánto hemos avanzado y cuán interesante es la red de comunicaciones que une los caminos que hemos emprendido” (1988, p. 24).

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 BIBLIOGRAFÍA.

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 SHEPARD, M. & LEE, M. (1975) Los Juegos que Juegan los Analistas. Editorial Paidós. Buenos Aires.

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[1] Lo mismo se aplica a obras como Tótem y Tabú, Psicología de las Masas y Pulsiones y Destinos de las Pulsiones (por sólo mencionar tres), altamente cuestionadas (ver Jensen, 1946; Mitchell, 1988, entre otros).

[2] Por ejemplo, H. S. Sullivan, creador de la teoría interpersonal en psicoanálisis vivió años en el medio rural, casi deshabitado. A. Adler era un hombre físicamente frágil quien desarrolló su teoría de la inferioridad de los órganos  (Shepard y Lee, 1975).

[3] Como ejemplo las palabras Objeto, Yo, Self, Complejo de Edipo y Relación de Objeto, son entre muchas elocuentes. Cada escuela del psicoanálisis posee una definición a veces tremendamente diferente de las dadas por Freud 

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